Carlos Velit escribe esta Apreciación que presenta los poemas del gran maestro…
Como todos los poetas sacudidos por profundas inquietudes humanas, Antenor Samaniego tenía, también, un mensaje que decir. Como cada revelación encerrada en el alma de un hombre pertenece al grupo colectivo puesto que somos más nosotros mismos mientras cumplimos mejor el imperativo societario con que nacemos a la vida, nos ofrece este «Cántaro» que es prenda de la emotividad cálida de su espíritu, una nota de idealidad íntima al lado de la emoción social de la «tierra que huele a madre» y al lado de la angustia del momento histórico que vivimos actualmente.
Resulta interesante comprobar un aspecto –que entraña todo un símbolo del espíritu de los nuevos tiempos- en la actitud espiritual de Samaniego. La primera parte de su libro canta al acento rural de la vida pintoresca de la sierra – su sierra- , campea en ella el grato sabor del terruño en que «son flores musicales los gorriones» y en que la naturaleza manifiesta su esplendidez y su poder creador. Es este un cuadro de profunda emoción porque revela su capacidad para vibrar frente a la maravilla del paisaje propio, porque le ofrece vagar para versos cargados de fluidez y de musicalidad campesina y porque mueve su férvido amor al terruño, la patria del corazón, que fecunda ideales y afanes y que forja ese espíritu provinciano constructivo tan presente a lo largo de toda la historia del Perú. Pero Samaniego no es un nostálgico y débil cantor del paisaje vernacular que se lleva constantemente prendido en las retinas viajeras y que se añora con melancolía a la distancia. Tampoco es el bardo exclusivista emborrachado de un indigenismo emocional e imposible. Es joven y con el espíritu permeable a las solicitaciones de la hora. Mira con fervor de hombre nuevo el panorama total de su medio y sabe que la inquietud indianista, bandera de la reivindicación de derechos conculcados por el imperialismo extranjero y por el latifundismo peruano, no puede ser la fórmula solucionadora del problema sangrante e integral de la nación. Por eso baja de la serranía a la costa, de la cumbre al llano y desde la segunda parte de su obra, incorporándose a un medio agitado por convulsiones ecuménicas, toma un puesto de responsabilidad y dice su palabra de poeta y de hombre con altitud y gallardía:
«he de estar correteando en el planeta
tratando de evadir mi voz quemada,
a las rojas raíces de mi grito
que desde adentro, del subsuelo brota,
ardiendo como el fuego en el volcán».
Saludamos con simpatía y con confianza este nuevo paso de Antenor Samaniego en el camino, difícil siempre, pero hermoso y sugestionable, de las consagraciones definitivas. Es modesto como todos aquellos que realmente valen, y callado porque un íntimo sentimiento de ponderación le hace evitar la pedantería de una fatua autopropaganda. Lo saludamos con confianza porque conocemos, a través de su obra anterior y de la presente, la calidad de su inspiración nutrida de favores auténticos y de un intuitivo poder de captación de lo bello que existe en el fondo de las apariencias del mundo.
Lo saludamos con simpatía porque lo sabemos producto genuino del medio y de la época que canta con la naturalidad de un afecto estremecido y sin reservas. Nadie puede expresar con más sentido y con mayor autoridad la inexpresable belleza de la tierra como él que ha nacido y vivido y aspirado el perfume de sus flores y contemplado la belleza de su cielo y de sus campos cultivados, como nadie puede decir su palabra con más encendido fervor en esta etapa histórica de definidas inquietudes espirituales que quien participa plenamente en algún movimiento de restauración de los derechos inalienables del hombre. Y Antenor Samaniesto es hijo auténtico del paisaje andino que canta y soldado convencido y actuante de la cruzada por la dignificación de la vida económica y espiritual del pueblo».