Deliraba Felipe Segundo dentro el lecho.
Una visión, clavada como ardiente saeta,
lo mantenía insomne, le atormentaba el pecho
y tenía el semblante igual que el rey-poeta.
-Quiero un templo que al propio cielo tenga por techo;
un santuario, una mole que se alza al sol y reta…
Las mismas matemáticas ganándose el derecho
de ser, para los siglos, un ángel o un profeta.
-Pero ello ha de costarnos sangre, sudor y llanto
- No importa. Si es preciso yo arrancaré del cielo
los rayos que coronan a Cristo y cada santo.
Y a pocos de Felipe Segundo el sueño se hizo
Cual oración de piedra se levantó del suelo
y ambicionó a ser una rosa del Paraíso…