Desde mi alcoba miro
en las noches tus balcones en flor;
cuántas veces suspiro
y tu nombre deliro,
el corazón invadido de amor…
Pasan raudas las horas
y siempre allí en la helada noche estoy,
hasta que las auroras
y las aves cantoras,
me sorprenden cuando a tu lado voy…
Y, siempre así mujer,
mirándote estoy con triste dolor,
con lánguido placer
diciéndome: ¡qué hacer!
¡pobre! … para ti no fue hecho su amor.