Esta es mi soledad sembrada de cenizas,
esta es mi sangre ardida de crueldad y locura.
Igual que rosas negras floridas sobre el fango,
en mi alma las palabras se pudren de tristeza.
Encima de mis versos llueve toda la angustia.
Mi dolor solitario es un sol que se quema.
¡Oh, iluminada mía, fuiste mi religión!
Yo en ti bebí el sagrado licor de las delicias.
Mi corazón es sólo un sueño que arrastra el viento.
A través de los latidos el tiempo burbujea.
¿Soy yo el loco que lleva un astro dentro del cráneo?
Estoy bien. Me asiste una razón bella y profunda.
La tristeza de este día deshácese en dorada ceniza.
Ella como la noche y como el tiempo.
Tengo los ojos negros de duda y desconsuelo.
Quedarán de mi sólo estos pocos instantes:
éstos en que un fuego ritual abraza mi corazón.
éstos en que un viento impreciso –ráfaga de misterio-
mece olas y palabras en mi mar interior,
estos en que mi soledad se sobresalta
y se puebla de imágenes y de extraños fantasmas:
quedarán de mí sólo estos pocos instantes:
esta labor de poemas que no se arman en páginas,
estas noches profundas, estos breves permisos,
estas horas azules que agonizan en los fósforos,
estos humos que se alzan en los versos en ruinas,
estas ansias carnales, esta sed infinita,
esta expiación de culpas y penas miserables,
estos pocos instantes tan hondos, verticales,
estos instantes en que mi sangre enloquecida
recorre los caminos del pecado y del crimen.