XX
Yo tenía en mi tierra
una casa de abobes,
una guitarra adentro
y en la guitarra mi alma.
Como un verde suspiro
mi valle se expandía
entre retamas áureas
y totoras y chillcas.
Castaño era mi chusco,
veloz como una flecha;
sendas que recorría
empedrada de estrellas.
Completaba mi dicha
mi chola –flor de mayo-
ojos de taruquita
y boca de sancayo.
En sus manos de tuna
bebía agua de puquio;
pastaba ella borregas,
yo himnaba mi pincullo.
Diz que los gamonales
muy bravas gentes eran,
a pura sangre y bala
entraron en mi tierra.
¡Qué sangre derramada!
¡Cuánta sangre, señor!
¡Cómo lloraron ríos
tus hijos, tata Sol!
Yo agarré mi caballo
y me juí para el monte,
pero volvía al pueblo
solamente de noche.
¡Ay, luna, luna de oro,
sólo tú sabes cómo
velaba mi tristeza
bebiendo huajay cholo!
En vez de mi guitarra
me hice de un regio winchester
para bordar mi historia
con claveles de crimen.
Desde allí me conocen
los caminos del viento
y la noche me siente
como un pulso de fuego.
Llevo cocido el cuerpo
a chavetazo limpio.
Desde allí nieve y lluvia,
desde allí hambre y presidio.
Se me ha llenado el alma
de águilas y serpientes…
¡Odio a mis enemigos,
los odio hasta la muerte!
¿Qué fue de mi cholita,
de mi Juanacha dulce?
Diz que en un hospital
como una flor se pudre.
¡Todo está bien! ¡Qué tanto!
Pero llorar no puedo
que indio de rompe y raja
seré porque lo quiero.
¡Sol mío, madre Luna,
sólo ustedes me quedan!
¡Si muero cualquier día
corónenme de estrellas!