Al terminar la primaria,don Carlos Samaniego matricula a su hijo en la Gran Unidad Escolar “Santa Isabel”de Huancayo. Busca un cuarto para él, que el adolescente comparte con dos de sus primos, a la vez sus mejores amigos: Aníbal Sihuay y Samuel Baldeón, junto a quienes viviría las palomilladas de la edad, descubriría el amor, las fiestas, las serenatas al pie del balcón de las jóvenes que despertaban su pasión.

Y es justamente con las serenatas, al compás de la guitarra, que el poeta confiesa que encuentra esa musicalidad contenida en rimas, palabras, sentimientos. Escondido en las esquinas, amparado bajo las sombras de la noche, cantándole al amor de adolescente, advierte su vena poética, su capacidad para comprender los sonidos escondidos en su alma, en la naturaleza, en los hombres y los vuelca en interminables hojas de papel.

 Es la época de los primeros amores, del interés por el sexo, de abrirse paso más allá de su Sicaya,de trasponer nuevos horizontes. Al culminar la secundaria, viaja en compañía de sus primos a Lima para seguir estudios superiores. Entonces él soñaba en estudiar para Diplomático y conocer otros países. La vida, lo llevaría por un rumbo distinto, a encontrar su verdadera vocación: la docencia.

Su meta era la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, sin embargo, en ese momento la Decana de América pasaba una crisis y permanecía cerrada, por lo que postula a la Universidad del Cusco, donde permanece un año, tras el cual vuelve a insistir con San Marcos e ingresa a la Facultad de Educación.

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