Había un poeta
de rostro moreno,
los ojos muy tristes
y dulce el perfil.
De niño, la vida,
de hiel y cicuta,
de sangre y de lágrima,
le dio de beber.
Sus pies transitaron
por barro y abrojos;
el hacha y el pico
su diestra empuñó.
Le dieron de golpes,
quebraron sus huesos,
vistieron su carne
de espina y zarzal.
Y oscuras palabras,
dolientes, patéticas,
salieron de labios
del triste juglar.
Y fueron sus versos
los más doloridos.
Por toda la tierra,
se echaron a andar.
Palabras dantescas
bañadas de sangre,
más rojas que el fuego,
más ígneas que el sol.
Patéticos gritos
de espectros y siervos
jamás, cual los suyos,
se oyeron jamás.
El llanto de todos
los hombres rodeábale;
rodeábale a modo
de lúgubre mar.
¿Por qué de su boca
cual negros murciélagos
salían palabras
transidas de hiel?
Y fue por las sendas
de toda la tierra,
cubierto de polvo,
descalzos los pies.
Y aquél que no tuvo
pecado ni crimen,
a todos los hombres
pedían perdón.
Le daban de palos,
con soga también;
pero él devolvía
capullos en flor.
Fue el hombre más dulce
que el trigo y la vid.
Quería que todos
comieses su pan.
Y así, como un niño
que sueña y delira,
bañado de lágrimas
los ojos cerró.