Me quitaron mi casita;
con ella la vida misma.
La estoy mirando de lejos.
Mi corazón llora adentro.
En sus tejas, color malva,
vuela un pájaro: es mi alma.
Ya no ungirán más mis sienes
ni romeros ni claveles.
Ya no esperaré en su patio
mi madre con un abrazo.
Ni me sentaré en su poyo,
soñador y silencioso.
Ni oiré sobre sus tejas
gemir, dulce, el aguacero.
Ya no iré al campo en la siembra
ni tendré flores ni hierbas.
Ni le quitaré a las pancas
sus recios choclos de nácar.
Ni estrujaré entre mis dientes
las cañas ricas en mieles.
Ni escucharé –alta la noche-
ni guitarristas ni voces.
Ni podré hurtar de los nidos
los huevos blancos y tibios.
Ni soñaré navideñas
estampas con mis ovejas.
¡Qué triste estoy sin mi casa!
¡Qué penas desgarran mi alma!
El cielo, desde su patio
fue más azul y sagrado.
¡Ay sus paredes pintadas
de blanco con tierra blanca!
En los ojos de mis liebres
no habrán rubíes lucientes.
Ni en la boca de mis cántaros
veré esconderse a los astros.
Con qué tristeza recuerdo
el retamal de oro viejo.
Y recuerdo los gorriones
en las paredes de adobe.
Las dulces santarrositas
abriéndole al cielo heridas.
Y las palomas en celo:
luna de miel en los techos.
Me han quitado mi casita;
con ella la vida misma.
Llorando por dentro sangre,
adiós le digo al paisaje.