Agüita de manantial,
desde temprano te peinas;
peinas y peinas tu pelo
por solo lucir tus perlas.
Entre totoras y berros,
qué hermosa tu cabellera,
con pedacitos de cielo,
con pedacitos de estrellas.
Por el sendero que corres,
tu blanco cuerpo semeja
un dulce mármol flexible,
una gaviota, una cierva….
Y mientras corres, yo sigo
tu fuga de blanda niebla,
recogiéndote los cánticos
que dejas en las laderas.
Manantialillo de plata,
luz celestial en la tierra,
cofre de rosas rodantes,
plumajes de alas angélicas.
Y mientras corres, te siguen
las cabras y las ovejas
y entre los tuyos, ardientes,
hunden sus labios de hierba.
También los toros te siguen
y, mientras te ven, se llenan
sus pechos de lejanías,
sus ojos de violetas.
Agüita del manantial,
mujer al fin, y al fin hembra,
por el fragante bullicio
de tus risas de azucena.
Clara linfa la que ansío,
claro fuego que me quema,
rositas que alguien deshoja,
perlillas que alguien desperla.
En su corazón de cielo
nubes errantes se hospedan;
los sauces que en él se copian
quietos como ángeles sueñan…
Novia que arrastra sus velos,
mozuela blanca, mozuela,
que al descender en los montes
se hace coronar de reina.
Va por la vega y se tiende,
libres el busto y las trenzas;
levanta al cielo los brazos,
ritual, como una doncella.