10.
Sí. Lo confieso a voces:
soy sincero.
¿Hablar de mis virtudes?
Son muy pocas.
¿De mis pecados?
Muchos… un reguero…
-fatídico aluvión
sobre las rocas-.
Amar es mi pecado. Siempre.
Quiero los cuerpos tersos,
las ardientes bocas…
Hay en mi ser profundo
un ventisquero que se abre
en llamaradas,
tensas
locas.
La tentación es para mí
la diosa mayor.
Pero el pecado es el altar.
Allí la carne es flor.
Y es flor de rosa.
¿Después arrepentirme?
¡Al diablo aquello!
Fue siempre mío alta religión
amar lo raro,
lo perverso,
lo desbello.