5.

¡Cuán feliz yo me siento,
verso mío,
cuando a mi labio acudes
bien templado!

Naces adentro
semejante a un río;
llegas afuera
en curso arrebatado.

Rayo demoledor
del gran vacío;
árbol de amor
de mi jardín cerrado;
gota de miel (a veces)
o rocío de un pétalo de luz
en mi costado.

Sangre invisible,
palpitar candente,
llegas como burbuja
o como estrella
desde la noche oscura
de mi frente.

Y te quedas:
vibrante,
luminoso,
con un astro de fuego
tras tu huella;
mientras que me estremezco
ebrio de gozo.

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