55.

Mi verbo no da pétalos
ni aromas;
ni le coloran
mágicos pigmentos;
no arrulla como alondra
ni paloma;
no es agua
ni es licor
para sedientos.

Mi verbo es fuego,
fuego que calcina;
es grito,
imprecación,
blasfemia a veces;
si tiene luz,
su luz es asesina;
su abismo:
inescrutables lobregueces.

Y en contraposición,
yo quiero un verbo suave,
suavísimo,
sutil y terso,
como rocío,
trébol,
miel
o vino.

Como agua clara
en que se abreva el ciervo,
como el matiz
fugaz,
casi disperso,
como una hebra de luz
o como el trino.

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