Los tritones del mar, una tarde de violetas y crisólitos,
lo arrebataron de la tierra encendida de rayos
y se lo llevaron lejos, muy lejos del lar nativo,
donde antes se oían a menudo sus cánticos de oro
en las campiñas de cristal,
en las murallas de las torres altas,
en las riberas de las fuentes de plata.
Cuando se alejó de la Patria,
las abejas que sabían robarle la miel de sus canciones
se murieron junto a los claveles y las berzas,
al pie de los caramillos caídos del labio de los pastores,
junto a la veste perfumada y tibia de las ninfas.