CANTO A CASTILLA
I
SURGES del tiempo
como el sol de las hondas cavidades nocturnas;
advienes en alado corcel goteando estrellas;
creces en el desierto como un árbol sin término;
es recto tu camino semejante a una lanza:
nace en la noche y entra y se pierde en la gloria;
por ti, al oir tu nombre, se persignan
los ríos de la selva; por ti se hacen
catedrales de voz nuestras montañas,
porque eres el misterio hecho palabra,
un grande corazón alimentando
las bóvedas de fuego del crepúsculo.
Tú careces de sombra:
estás hecho de sol.
II
Para que tú nacieras sobre el altar del páramo,
los Andes se arrancaron
como haces de relámpagos sus nervios;
y para que tú hablaras
la verdad se alojó en tu corazón
y de España te vino la pasión del gran Cid
y la santa locura del Quijote
a llenarte los ojos de un soñar arcangélico.
III
Desde entonces habitan palomas en tu sangre,
desde entonces florecen laureles en tus ojos,
los caminos se agrandan hasta llegar a Dios,
se amontonan los vientos para escuchar tu voz,
la historia hacia ti va pidiéndote luz nueva
y desde entonces, viejo don Ramón,
talla en aéreos mármoles guerreros
la escultura su música callada.
IV
Pienso que tu cabeza de león
se formó de las ruinas megalíticas
del Cusco entre las manos del Señor.
Ser mitológico,
intangible potencia, enigma oculto,
impulso movedor de eternidades,
llama suntuaria en el local del cielo,
lámpara de los ángeles,
no eres sino el delirio, la vehemencia y el ímpetu
capturados en trozos de bronces estatuarios.
V
Adversario de yugos y cadenas,
la hidra de la opresión retrocede a tu paso;
tú eres la libertad
entrando como el sol en todas partes;
tú no tienes amigos sino en la luz y el niño,
en la alondra y el águila,
en el alma vestida de pobres pies desnudos;
tú no tienes amigos en los hombres
sino en el céfiro que alivia tu cansancio;
no en el hombre que pisa las flores de tu gloria
sino en la piedra, piedra protectora,
donde anciano reclinas la cabeza;
no en el hombre que aplaude tu voz y tu doctrina
sino en los campanarios y las torres
que pregonan tu nombre hacia los astros;
no en el hombre que riega jazmines a tu paso
sino en la multitud que llora al verte muerto.
VI
Cuando yo te recuerdo, rememoro
sencillamente a Don Ramón, el hombre,
al hombre Don Ramón inerme y solo
poblando en vez de despoblar, creciendo
innumerablemente como el trigo;
al hombre, Don Ramón domesticando
los siniestros caballos del desorden;
al guerrero civil de la palabra
contra el credo sangriento de la espada;
al azor evangélico destruyendo serpientes;
al ángel de Jehová
liberando a los siervos de sus hierros;
te veo y te recuerdo sobre corcel beduino
escalar las montañas,
hundirse en el desierto,
renacer en los valles
semejante a fantasma indestructible.
VII
¿De qué sustancia se plasmó tu cuerpo?
¿Qué extraño combustible así te anima?
Eres acaso el alma
de misterioso caballero medioeval;
quizá un cruzado muerto
en las murallas de Jerusalén;
un Corazón de León, un Barbarroja,
porque tu fe es impropia de las épocas
que te vieron nacer y ahora me ven;
porque, en verdad, señor, o eras un loco
o una ilusión que se vistió de carne.
VIII
Tu historia no es sino la biografía
del fuego galopando sur a norte;
fuego tú, Don Ramón, fuego solar
transformado en centauro, en sagitario,
fuego de la pasión, Ramón Castilla,
señor de un raro génesis, de un mundo
que se llama Perú, del cual tenías
un mapa en vez de arterias y de venas
clavado en las paredes de tu pecho.
IX
Allí donde reinaba la anarquía,
donde decir Perú era soltar blasfemia,
donde el mal a sí mismo se llamaba caudillo,
donde la fuerza, equivocadamente,
se creía llamarse libertad,
donde, por ignorancia o paradoja,
decíase virtud la felonía,
allí empezó a gestarse tu grandeza,
allí fue organizándose tu genio,
y todo te ha costado verter tu propia sangre,
beber tus propias lágrimas,
quebrar tus propios huesos,
devorarte a ti mismo para salir desnudo,
alado, inmaterial, de frente al cielo.
X
Hombre de extraña puridad humana,
impoluto, marmóreo, incorruptible,
ósea erectez en donde las cervices
yacían desconexas en escombros;
entre dobleces, verticalidad,
pastor para la grey, lobo jamás;
espada del Señor entre la cohorte
del hacha y de la daga,
del áspid y el chacal.
XI
Cuando tu nombre se oye cesa la tempestad,
dobla el viento las alas,
cierra la boca el mar,
porque tu nombre es voz que desgajando el cielo
gravita norte a sur, barre presidios;
porque tu nombre es voz
que ya no encuentra cavidad corpórea
donde alojarse, renacer y resonar;
porque no existen ya sobre la tierra
ni Sinaí ni Phatmos;
por eso entra en el mar y se hunde en él,
por eso viento y tempestad
se arriman respetuosamente
dando paso a tu voz de profecía.
XII
Tú vigilas que el árbol crezca arriba,
que los ríos hacia adelante corran,
que no les falten alas a los pájaros,
que la espada no sea guadaña de exterminio,
que en los jardines públicos no se caven sepulcros,
que las cárceles no abran sus fauces de medusa,
que los niños no sean segados por la muerte,
por la muerte que viste traje de gran señor,
por la muerte que erige palacios y prostíbulos,
por la muerte industrial
que regenta cadalsos
en ágoras y fábricas.
XIII
Rey desolado y triste
de las calladas criptas y panteones,
sea bendito el Don Ramón y sea
bendito aquel Castilla. Sean los dos benditos,
porque fueron tus armas, tu armadura
de caballero real;
porque fueron tu escudo, porque con ellos fuiste
un San Jorge acabando dragones a tu paso
por el cielo y la tierra y el infierno.
XIV
Tú, el que no mueres ya por inmortal,
tú, luciente fantasma de la historia,
tú, el que pasas sus páginas roídas
como un áureo relámpago las selvas,
ya no puedes morir
y estás entre nosotros
rigiendo nuestros sueños,
poblándonos el alma y la palabra
con tu rara lección de libertad,
tu cátedra de amor y de grandeza,
tu evangelio de sol sobre el planeta.