Bajo la tarde de un añil turquesa
un viento perfumado recorre la llanura,
el valle entre las sombras en calma se embelesa,
y avanza con urgencia voraz la noche oscura.
Bajo ese tinte glauco de mística belleza,
María mira a Cristo con férvida ternura
y entre un caudal de lágrimas como una loca besa
su yerta frente, y llora deshecha de amargura.
Diríase que su alma transida de dolor,
es una licuación de llanto efervescente
que brota con el fuego quemante de su amor.
Así parece que tratara locamente
de dar en vano, un hálito de vida y de calor,
a aquel cuerpo dormido eternamente.