El mismo decorado. Ilumínase el tocador. Berta sale del vestíbulo en amplia bata de seda, dirígese al espejo, siéntase y empieza a peinarse tarareando una canción. Cállase de repente y empieza a estudiarse con reconcentrada atención.

BERTA.- Tú, vencedora de todo, no puedes contra el tiempo…Ah, si pudieras detenerlo por toda la eternidad que tú aspiras. ¿Cómo hacer posible esto? ¿Un milagro? No, no. No puedes nada. El avanza inflexiblemente y tú te desesperar y en tu desesperación te destruye y destruyes cuanto hallas a tu paso. Sí, has nacido para destruir. También los reyes destruyen para poder sobrevivir. Si Dios existe, también él se destruye acabando nuestras vidas. Pero sólo él dispone de esa gran facultad de recrearse. Nosotros los seres humanos: morir, morir. (ABRESE LA PUERTA A MEDIAS)
FRESIA.- Señorita…
BERTA.- ¿Qué hay?
FRESIA.- El señor que me manda esta tarjeta desea hablar con Ud. (ENTRA LLEVANDOLE LA TARJETA EN UNA BANDEJILLA).
BERTA.- ¿Quién es? ¿Qué quiere?
FRESIA.- (LEYENDO) Marco Antonio Villar.
BERTA.- (INTERESADA) Ajá…Magnífico.
FRESIA.-¿Qué le digo?
BERTA.- Hazlo pasar.
FRESIA.- Bien, señorita.
BERTA.- No a la sala. Aquí.
FRESIA.- ¿Aquí?
BERTA.- Sí, aquí, anda. ¿Qué te quedas parada como una idiota? (MUTIS DE FRESIA. BERTA SILBA UNA CANCION. DESPUES DE UN MOMENTO APARECEN EN LA PUERTA MARCO Y FRESIA)
FRESIA.- Señorita, el señor.
BERTA.- Está bien Fresia. Puedes retirarte. (MUTIS DE FRESIA) Adelante mi querido Marco Antonio Villar. (GIRA EL SEMBLANTE Y SONRIE CON DULZURA) ¿Quiere hacer el favor de sentarse?
MARCO.- Gracias, prefiero estar de pie.
BERTA.- Como guste. (MIRANDOLO DETENIDAMENTE) Me han hablado mucho de Ud. Sé que dirige una revista de artes. Conozco algunos números. No es Ud. mal periodista. (EXTRAE UNA CIGARRERA) Fume.
MARCO.- Gracias.
BERTA.- ¿No fuma?
MARCO.- No.
BERTA.- Le hace daño, ¿verdad? (BREVE SILENCIO) Estoy a sus órdenes.
MARCO.- Pues bien. Ha de decirme sin dilación y solamente la verdad. ¿D´´onde está Narda?
BERTA.- ¿Narda?…Ah, sí, Narda, una chiquilla grácil y esbelta como una palma, de rostro marfileño, de ojos de cervatillo…
MARCO.- Deje Ud. de hacerse esa apología. Hace ya un mes…
BERTA.- (INTERRUMPIENDOLE) Sí, un mes, y Ud. agoniza de amor…Oh, pues hace aproximadamente un mes que yo tampoco la veo y agonizo de impaciencia.
MARCO.- No embrome. Ud. sabe dónde está.
BERTA.- ¿Qué yo sé? ¿Quién le hizo creer eso?
MARCO.- Sí, la vieron con Ud. no ha mucho.
BERTA.- No ha mucho…y de esto ha corrido un mes, ¿cierto?
MARCO.- No me mienta por favor. Se lo ruego y se lo advierto. Ud. sabe dónde está. Con que…Y si se ha propuesto impacientarme, sepa Ud. que yo soy muy poco tolerante.
BERTA.- Caramba. Esto empieza a divertirme. (RISILLA)
MARCO.- Diversión, si quiere, que podría resultarle fatal.
BERTA.- Amo lo fatal, me entusiasma enormemente como a Ud. la simplicidad de su amor…¿Verdad que Ud. la ama?
MARCO.- Eso no le importa a Ud.
BERTA.- El amor lo devora. Arde Ud. como un leño. Su sangre impetuosa se agita como un corcel aprisionado. Ud. arde de amor.
MARCO.- Arde y no me avergüenza el decírselo. Detesto todo aquello que sea simulación.
BERTA.- ¡Magnífico! ¡Estupendo! Al fin un hombre que ama y lo declara a voz en cuello. Esto es singularmente maravilloso. Suena a música divina.
MARCO.- Ud. tiene que decirme la verdad: ¿dónde la retiene?
BERTA.- (CEÑUDA) ¿La retengo? ¿Qué quiere decir eso?
MARCO.- Hable pronto. La paciencia se me acaba.
BERTA.- Esto sí que se pone interesante. Dígame: ¿qué diablos ganaría yo con ocultársela como Ud. se imagina? Y además, ¿por quién me toma? ¿Qué es lo que trata de insinuar? Hace rato que Ud. rebasa los límites del respeto. ¿Voy a darle también yo normas de caballerosidad?
MARCO.- Conmigo está de más usar tontos aderezos. Concrétese a contestar a mi respuesta.
BERTA.- (RAPIDO) Basta. Siéntese, fume, duerma o revuélquese como un sochantre, pero no se ponga majadero.
MARCO.- Esto tiene que aclararse ahora mismo. Lo demás es perder tiempo y palabras.
BERTA.- Entonces, ¿me hará el favor de retirarse?
MARCO.- Me retiraré cuando sepa la verdad, o en otra forma, cuando a mí se me dé la gana…
BERTA.- Se retirará como ha venido y no se exponga a que se le saque como a un sayán. (AVANZANDO HACIA EL) En cuanto a la verdad que Ud. busca, ya la tiene. Es esa misma de la que quiere dudar y no puede; ésa que le escuece adentro como una llaga. ¿Estamos?
MARCO.- (PERPEJO, CASI ANONADADO) Entonces…es cierto…
BERTA.- Certísimo como el aire que respira. (SONRIENTE Y CONTONEANDOSE) ¿Qué espera que no me aplasta? (RIE) Ah, con una palabra he reducido en añicos toda su energía, esa energía que no ha mucho semejaba una mole pronta a caer sobre mi cabeza.
MARCO.- No, no…Imposible…Un ardid suyo…Una mentira…
BERTA.- (RETIRANDOSE) ¿Y sigue Ud. mi querido amigo, creyendo en el amor? Cuán estúpidas son las mujeres. Rechazan el amor que se les ofrece y prefieren lo inmediato, la comodidad, a sobrellevar una vida de renunciaciones. Halaga más sus oídos el metálico sonido del oro que la maravillosa música de las palabras que, después de todo, no son otra cosa que globillos de jabón vacíos y ridículos.
MARCO.- ¿Y qué es lo que trata Ud. de justificar con esa monserga? ¿Su culpabilidad? (BREVE SILENCIO) Conteste.
BERTA.- (ZALAMERA) Caballero. Ud. me lo ordena…
MARCO.- Ella vino confiada en su antigua amistad y Ud. la arrastra.
BERTA.- Ah, se va Ud. de prisa. ¿Por qué adelanta conceptos? Yo no he dicho nada de eso.
MARCO.- No necesitaba decírmelo.
BERTA.- En suma, cree Ud. que yo…
MARCO.- Ud. Y tiembla porque su conciencia la acusa, porque sorprendida en su repelente desnudez de hetaira, no puede ya urdir mentiras para encubrir su cinismo…
BERTA.- (RIE CON MAYOR ESTRUENDO) ¡Valiente actitud! ¡Valiente, muy valiente!…Esto sí que es digno de los héroes imaginarios del amor. Ud. sí que la ama. ¡Sí que la ama! La pasión lo exalta, lo enceguece y lo hace a Ud. proferir términos muy poco cuerdos. Me temo que vaya a dar en un sanatorio. (APROXIMASE A MARCO VOLUPTUOSAMENTE, CASI HASTA ROZARLE LOS LABIOS) Está Ud. muy afligido, ¿no es eso? (MARCO GIRA EL ROSTRO PARA NO MIRARLA) Ahora querría que las manos de su amada se posaran sobre sus sienes enardecidas para adormecerle este tumulto de olas que le suben de la angustia, de la desesperación….
MARCO.- Basta, déjese de hacer tontas escenas…
BERTA.- Tontas sí, tontas y estúpidas como todas las de la vida: las del heroísmo, las del amor…En el fondo de cada una de ellas adoramos nuestra propia tontería, nuestra ridiculez de gérmenes oscuros y protervos, ¿cierto? (SONRIE) Sin embargo, tenemos que hallarle dulzura a todo esto, a este pozo de cenizas que es nuestra vida, a este hacinamiento de despojos que es el amor. (ALZASE LOS CABELLOS) Yo también supe del amor. (SIENTASE EN EL SOFA, INCITATIVAMENTE. ENCIENDE UN CIGARRILLO).
MARCO.- (MIRANDO DE REOJO) No sé qué me impide retorcerle el cuello, segarle esa voz maléfica y…
BERTA.- Es fácil. Haga la prueba. Ensaye. (ARROJA HUMO).
MARCO.- (DE FRENTE A ELLA) ¡Cállese!
BERTA.- (COMO SIN ESCUCHARLE) Ah, el amor….Es una pasión que agota los sentidos hasta insensibilizarnos. Rotos los secretos y los encantos no queda sino el rostro del vacío, el descomunal vacío, la muerte. El tedio levanta sus brumas de desolación y nada ya nos place en el ser amado…
MARCO.- Y bien. ¿Va Ud. ahora a relatarme su historia, eh?
BERTA.- Una historia de amor. Escúcheme. Hay siempre nuevos y recientes deseos por transitar hacia lo desconocido. De ahí que sólo la aventura nos salve de la monotonía del placer. ¿Comprende Ud.? Si ahora ama con vehemencia, mañana podrá reírse de su actual amor, se avergonzará. (SE LEVANTA) Tome la vida en el presente. El destino nos brinda en sus olas todo el amor que deseamos, pero sólo en el presente. (AVANZANDO HACIA EL, VENCEDORA) Ud. me es extraordinariamente amable, amable y dulce, con la dulzura del alba en el estío. (LE COLOCA LOS BRAZOS EN LOS HOMBROS. MARCO SE LOS RECHAZA CON FUERZA, TIRANDOLOS HACIA ABAJO. BERTA CAE DE RODILLAS) ¡Oh, fortaleza! ¡Fortaleza! ¡Una fortaleza así de escollo irreductible donde caer mansa y amortecida como la ola. ¡Oh, fortaleza! Sus ojos y sus brazos están hechos para someter mundos. Sus labios y sus dientes han sido hechos para estrujar bocas y flores. ¡Oh, fortaleza, amo mío! ¡He aquí vuestra esclava genuflexa a inmolar su vida por vos! (SE LEVANTA LENTAMENTE Y LE MIRA EN LOS OJOS, CON GRAN FIJEZA)
MARCO.- Ahorre esas palabras de diosa mercenaria y guarde sus artes para los postores que Ud. crea convenientes. (BERTA GIRA SOBRE SI, CAMINA AL PROPIO TIEMPO QUE RIE) Ah, y se ríe…¿Qué otra cosa puede hacer una equivocada de su ralea?
BERTA.- (BRUTALMENTE) ¿Qué quiere que haga? ¿Qué gimotee ante la roña de sus ataques? ¿Qué me retuerza de dolor pidiéndole perdón por mis transgresiones? (RISA NERVIOSA) No, jovencito. Debe Ud. comprender que siento una inmensa satisfacción frente a la derrota de mis semejantes. Es una embriaguez realmente insuperable ver retorcerse a hombres y mujeres convertidos en dóciles esclavos. Oh, el vértigo luminoso hecho de contrastes. Es un río de música que nos arrastra hacia el fondo mismo de las cosas, de nosotros…Sólo en las profundidades de las sombras duerme un dios…
MARCO.- (IRRITADO) ¡Merece Ud. toda la abominación del mundo! (BERTA RIE) ¡He venido a destruirla y he aquí que Ud. resulta la victoriosa! ¡Otra vez que la vea la aplastaré sin remido! ¡Se lo juro! (VASE RAPIDAMENTE)
BERTA.- ¡Vuelva cuando quiera mi querido amigo. Me tiene Ud. a su entero mandar…Soy vuestra sierva, amo y señor mío! (MARCO ECHALE UNA MIRADA DE PIES A CABEZA Y VASE CERRANDO TRAS DE SI VIOLENTAMENTE LA PUERTA) Estúpido. (VUELVE LENTAMENTE HACIA EL TOCADOR. OPRIME UN BOTON ELECTRICO. APARECE FRESIA).
FRESIA.- Mande Ud. señorita.
BERTA.- Tráeme los diarios.
FRESIA.- Enseguida.
BERTA.- Espera. No he terminado. Dime. ¿Ya hizo Martín la ablución de Peguy?
FRESIA. Sí. Ha quedado lindo y monín. Está ahora tendido sobre el césped gozando del sol. Parece un vellón de purísima nube.
BERTA.- Bien. He interrumpido la conexión del teléfono…Si viene alguien, no estoy para nadie. ¿Entendido?
FRESIA.- Entendido. (VASE. BERTA VUELVE AL ESPEJO Y RECARGA DE RIMEL LAS PESTAÑAS. POCO DESPUES VOCES AFUERA QUE LLENAN DE INQUIETUD A BERTA)
NARDA.- (DESDE AFUERA) ¡Nada! ¡Nada! ¡Aquí está! ¡Déjame pasar estúpida!.
FRESIA.- (ENTRA CORRIENDO Y JADEANTE) Señorita….Esta mujer…Parece una loca….Mire… (APARECE NARDA EN EL MARCO DE LA PUERTA, ELEGANTE)
BERTA.- Ah, tú por acá. Pues, una grata sorpresa que no me la esperaba. Adelante. Siéntate.
NARDA.- (AVANZANDO) He venido con un solo propósito. Lo adivinaste y has tomado todas las precauciones. No me dejaron entrar, pero aquí me tienes contra tu deseo. No ordenarás que me arrojen luego, ¿verdad?
FRESIA.- (A BERTA) ¿Puedo retirarme?
BERTA.- (A FRESIA) Puedes hacerlo. (ENCIENDE UN CIGARRILLO) Sólo sé arrojar objetos inútiles e inservibles. ¿Cómo se te ocurre que podría yo confundir una amiga con un trasto? Además, si fueras un objeto, te aprisionaría dentro de los terciopelos de un cofre de oro como a una esmeralda primorosamente labrada. Sí, eres de una belleza desconcertante. Siendo mujer y no objeto, despiertas en mí un raro sentimiento cuyo nombre se me escapa…
NARDA.- De destrucción. Es eso lo que quieres decir. (AVANZANDO MAS, DECIDIDA)
BERTA.- No tanto como destrucción. No exageres.
NARDA.- ¿De qué otro sentimiento puedes ser tú capaz?
BERTA.- Vamos. No me suenan bien esos bruscos ribetes en tu lenguaje. Imposible pensar que a una belleza extrema como la tuya corresponda un lenguaje vulgar, pestífero. ¿O he de creer que has rodado del lecho de rosas en que te dejé a una inmunda letrina?
NARDA.- No he venido a escuchar tu meloso barro sino a escupirte, que es lo que mereces, a escupirte, ¿me oyes? Y cuídate de provocar mis iras que estoy dispuesta a arrancarte la lengua, a clavarte las uñas, a estrujarte los ojos…Ten cuidado que ya estoy hirviendo de cólera…
BERTA.- Oh, Narda, querida amiga mías. Te desconozco. Me asombra tanto esa braveza que ha logrado en ti un milagro sorprendente. (RISILLA) Quién iba a imaginar que un cervatillo se iba a convertir de pronto en una pantera lista a matar de un zarpazo, de un solo zarpazo. (DANDOSELE DE ESPALDAS Y SEÑALANDO EL ESPEJO) Mírate en el espejo. Has de reírte a caquinos encontrando ante ti una payasilla circense.
NARDA.- Esta vez sí que te equivocas de medio a medio. Toda tu sapiencia teatral no logrará surtir en mí ningún efecto. (AVANZANDO HACIA ELLA, HABLANDOLE CASI AL OIDO) Ya me son conocidas tus armas de mujer artera. No te tengo miedo. No podrás vencerme, porque una dignidad destrozada como la mía, cae como un árbol aplastando todo lo que halla bajo sí antes de morir.
BERTA.- (VOLTEANDO HACIA NARDA) ¿Qué dignidad es ésa que acaba de nacerte? ¿Qué es lo que insinúas?
NARDA.- Ah, con que lo ignoras, ¿eh? ¡Qué bien usas la ficción! Es una de tus mejores virtudes.
BERTA.- Tú deberías estarme agradecida. ¿No soy yo quién te salvó de perecer en la miseria? ¿No soy quién te rescató de una segura mendicidad? No hace un mes cubrías tu desnudez de harapos y olías a pesebre como una porqueriza; ahora, en cambio, sedas de París resaltan tus formas armoniosas y perfectas. Despides el mismísimo perfume de la gloria. ¿De qué puedes quejarte? ¿No tienes un hombre, esclavo de tus caprichos, que te aguarda en un palacio y tiene para ti elegantes coches y lacayos a escoger? ¿No eres ya una gran señora?
NARDA.- Una gran señora muerta y repodrida, un cadáver enjoyado, una maquinaria de prostitución. Eso y más has logrado hacer de mí. Una gran señora que vive prisionera con la voluntad encadenada a unos siervos sin alma que no me dejan asomar a las ventanas de la calle. (PAUSA) ¿Quién es ese hombre? ¿En cuánto me vendiste?
BERTA.- Qué cuestiones estúpidas las que planteas. ¿No te basta con cerrar la boca ante el estupor de tanto oro que se derrocha en pleitesía a tu juventud y tu belleza?…Ahora te puedo confesar con toda franqueza que envidio sobremanera la suerte que disfrutas. Es la primera envidia que experimento. Veo con desencanto que mis bonos bajan vertiginosamente. Empiezo a fracasar y tengo miedo. Ahora sí que tengo miedo.
NARDA.- Déjate de artilugios y contesta a mi pregunta. ¿Quién es el hombre que me retenía? ¿Lo conoces? No. Que lo vas a conocer. Me has vendido a él por un fabuloso porcentaje, sin conocerlo un ápice. He aquí el más grande daño queme has inferido. Venderme a un enfermo por herencia, a un sangre podrida que, para colmo de mi desgracia, ha engendrado un hijo en mí.
BERTA.- Un hijo…
NARDA.- Sí, un hijo.
BERTA.- ¿Y qué tengo que ver yo con él? Allá tú.
NARDA.- ¿Qué tienes que ver? Pues, mucho: una mujer cuya vida está completamente destrozada por causa de tu malignidad, tu insaciable sed de oro, tu esterilidad hecha a propósito. ¿Qué tienes que ver? Y tú me lo preguntas; tú, la directa culpable de la aparición de este feto que no debe nacer y que late en mis entrañas sufriendo ya el estigma de una vida carcomida… ¡Tú me lo preguntas! …¡Tú!….
BERTA.- ¡Cállate!
NARDA.- No me callaré mientras existas, mientras el recuerdo de tu infamia me acose como el infierno.
BERTA.- No grites. No hagas escenas. Me repugna oír alaridos.
NARDA.- Claro que te repugnan los alaridos de tus víctimas que se retuercen en el lodo, pero no los tintineos del dinero que cae en tus arcas, no los vasos espumantes que chocan con tus dientes, no el rumor de tus faldas que estrujan las manos de tus poseedores…
BERTA.- Eso no, eso no mi querida, Narda. El oro que corre bien suena a música celeste. Vasos que chocan, risas que estallan, manos que acarician hacen una sinfonía de abismo, un vértigo loco que enerva los sentidos y adormece el dolor.
NARDA.- ¡Bien se ve que eres un monstruo!
BERTA.- Ser un monstruo es excepcionalmente extraordinario; es salir de lo trillado, de lo común, de la estupidez de repetirse a diario teniendo por atajos la religión, la moral y otras tantas ridiculeces baratas y despreciables. Tú no eres nacida para ser estos raros objetos de la naturaleza. Has venido al mundo para adorar un mito que se llama honor. Tienes alma de esclava y los convencionalismos que tienes por delante son tus peores cadenas. La libertad es como una tormenta donde sólo entran los dioses; por eso tú, pajarillo de jaula, te horrorizas de esta primera hazaña que te cupiera en suerte. (SE LE APROXIMA CASI HASTA TOCARLE. LA MIRA CON DESPRECIO Y BURLA EN UN LANCE DE DESAFIO)
NARDA.- ¡Perra! (LE ATRAVIESA LA CARA DE UNA BOFETADA. BERTA RETROCEDE CON VISIBLE ESPANTO. NARDA APROVECHA LA SITUACION; SE ABALANZA SOBRE ELLA Y LE ENGRILLETA LA GARGANTA) ¡Canalla! ¡Voy a acabar contigo aunque tenga que pudrirme luego!
BERTA.- ¡Suéltame! (LE ASE DE LAS MUÑECAS Y CON UN RAPIDO Y CONCENTRADO ESFUERZO SE DESHACE DE LAS MANOS DE NARDA. DE UN SALTO SE COLOCA ANTE EL TOCADOR Y DE UNA DE LAS GAVETAS EXTRAE UNA PISTOLA Y OPRIME, AL PROPIO TIEMPO, UN BOTON ELECTRICO) ¡Quieta, desgraciada! ¡Detente o disparo!
NARDA.- ¡Dispara!… ¡Dispara pronto!…¿Qué esperas?…¿Tienes miedo? (VA AVANZANDO HACIA BERTA. ENTRAN DOS CRIADOS)
BERTA.- ¡Martín, ve a llamar a la policía! ¡Qué echen a esta loca de aquí! (SALE EL ALUDIDO)
NARDA.- ¡Dispara te digo! ¿Qué te detiene? ¡Consume tu obra! ¡Acaba de destruirme! ¡Destruye también a este pequeño ser que se agita en mi vientre! ¡Es el único bien que te brinda el destino! ¡Matándome a mí frustrarás a mi hijo de la eternidad de un suplicio!… ¡Obedéceme! ¡Te lo ruego!… ¿No quieres, eh? (TRATA DE QUITARLE EL ARMA, BERTA LEVANTA EL PIE Y LE ASESTA UN RODILLAZO. NARDA CAE DE HINOJOS, ENCORVADA, SOLLOZANDO) ¡Oh!…¡Aun eres cruel no proporcionándome la muerte que te pido!…¡Berta!…¡Berta!…¡Ten piedad de mí! (VUELVE MARTIN ACOMPAÑADO DE UN POLICIA SECRETO)
POLICIA.- Señora, a sus órdenes.
BERTA.- Por favor, ordene Ud. echar a esta loca de mi casa.
POLICIA.- (A NARDA) Levántese. (TRATANDO DE AYUDARLA)
NARDA.- (TRAS DE SERENARSE) Déjeme. (LEVANTANDOSE LENTAMENTE) No estoy loca ni beoda. Es ésta la que está fuera de sí y no sabe lo que hace. (A BERTA) Tarde o temprano las pagarás todas juntas. Si la justicia de los hombres no te alcanza, pronto la justicia de Dios te fulminará como un rayo…Ríe, continúa riéndote mientras me retire. Tuyo es el triunfo…Tú eres la vencedora indestructible… ¿No te ríes?…Pues yo lo haré…(RIE Y LUEGO SE RETIRA ACOMPAÑADA DEL POLICIA Y LOS CRIADOS. BERTA VUELVE AL CENTRO DEL ESCENARIO; COLOCA EL ARMA EN SU LUGAR Y MIRASE LARGAMENTE TRATANDO DE ENSAYAR UNA SONRISA. LLEVASE A LA BOCA UN CIGARRILLO Y EN SU FRACASO DE ENCENDERLO, TIRALO AL SUELO VIOLENTAMENTE) No eres la misma…No eres ya la misma…Empiezas a declinar…Pobre de ti Berta…Pobres de tus sueños… (POCO DESPUES ABRESE LA PUERTA Y ENTRE EL POLICIA SECRETO. AVANZA PARSIMONIOSO JUGANDO CON UN PITILLO SIN ENCENDER)
POLICIA.- Señora, sus órdenes han sido cumplidas…al pie de la letra.
BERTA.- Oh, gracias…gracias…(EXTRAYENDO UN TALONARIO DE CHEQUES) La tensión nerviosa me ha puesto olvidadiza. (EMPIEZA A ESCRIBIR)
POLICIA.- (SIN INTERES) No ha sido para menos.
BERTA.- Sí, sí. (LEVANTASE Y EXTIENDELE UN CHEQUE) Hágame el servicio. (EL POLICIA LE RECIBE, LO DESDOBLA Y MIRALO DE MODO INDIFERENTE)
POLICIA.- (GUARDANDOSELO) Gracias. Hasta más ver.
BERTA.- Adiós. (RETIRASE EL POLICIA TRAS UNA PROFUNDA REVERENCIA)

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