El mismo escenario

Al levantarse el telón, permanece la escena sola por algunos momentos, Poco después se oyen voces afuera y pasos precipitados que avanzan. Abrese la puerta del tocador y entra Marco, seguido inmediatamente de Fresia. Aquel viene jadeante, turbado, en cierto desorden los cabellos y la corbata; está, casi temblando, con un grito de espanto en la expresión. Marcos, a grandes pasos, mira y registra todos los rincones. Abre la puerta que comunica con la sala de fumar y entra en ella seguido siempre de Fresia.

FRESIA.- ¡Búsquela! ¡Búsquela!…¡No está en casa!…¡Ni está en el aire ni dentro de la tierra!…Se ha ido…Se ha ido…Ha emprendido un viaje muy largo…No ha dicho a dónde ni sabemos ya nada de ella…Búsquela….Búsquela.
MARCO.- (YA CALMADO Y HACIENDOLE FRENTE A FRESIA) ¡Ah, la bribonaza!… ¡Ah, la pajarona!… Ha levantado el vuelo. Se ha ido de repente. Sabía lo que le esperaba si se quedaban unos minutos más. Buen olfato el de la avezada fiera. Pero, vamos, algún día me la encuentro y entonces…
FRESIA.- Puede saberse… ¿a qué frenético deseo de encontrarla?… ¿Le ha causado algún gran daño?
MARCO.- Un daño sin nombre que no se borra ni con la muerte. Su sangre es poca para la magnitud del mal que ha hecho.
FRESIA.- Si no le es molestoso, podría Ud. decírmelo…
MARCO.- Idiota, quita de ahí. (EMPIEZA A CAMINAR) Anda, tráeme un vaso de agua.
FRESIA.- Enseguida, señor. (VASE. ENTRA DARIO POR LA PUERTA DEL FONDO).
DARIO.- Hola. No esperaba encontrarte tan temprano y…en esta casa. (JUGANDO CON EL LLAVERO QUE LLEVA EN LA DIESTRA)
MARCO.- Aquí me tienes y con un propósito.
DARIO.- (GUARDANDOSE EL LLAVERO) Se adivina. Pero ya es tarde. No podrás cumplirlo. (VUELVE FRESIA TRAYENDO EL VASO DE AGUA).
FRESIA.- Está servido el señor. (MIRA DESENCANTADA A DARIO. MARCO BEBE EL VASO DE AGUA. FRESIA VASE CON AIRE DE FRACASO)
DARIO.- Ardes de ira, ¿verdad?
MARCO.- Me quemo y me requemo.
DARIO.- Tontería. (EXTRAE SU PETACA Y ENCIENDE UN PITILLO) Quemarse como si el universo entero habría producido nada más que una mujer. Tienes cien; tienes mil, a cual mejor escoger. No te queda otro recurso que deshacerte de ese sentimiento vulgarón que se llama amor, como de un guiñapo asqueroso, y recomenzar a vivir.
MARCO.- Cuando muere ese sentimiento no se vive, se actúa.
DARIO.- Frases, frases de ordinarez repelente. (DESPUES DE ECHAR HUMO) Se actúa, claro que se actúa. Tú, dictado por un siniestro instinto de venganza, querías actuar asesinando a Berta.
MARCO.- ¿Qué otra cosa merece una asesina como ella?
DARIO.- ¿Asesina ella? De eso, no le veo ni un pelo.
MARCO.- ¿Cómo se llama entonces a una mujer que pervierte a una incauta y la hace víctima de sus caprichos, y cuando ésta se rebela, la entrega a la policía y la despacha al ostro mundo?
DARIO.- Ella no la ha despachado a ninguna parte. Fue la tal mujer que, en un arranque de histerismo, saltó del coche en que se la conducía y se mató. Sí, señor, por voluntad propia, por su propia determinación de matarse, de destruirse.
MARCO.- De modo que, en tu concepto, Berta es inocente.
DARIO.- Ni inocente ni culpable. Simplemente mujer.
MARCO.- Ah, siempre tú la negación….La negación de siempre.
DARIO.- ¿Yo? Ni creación ni negación. No creo en nada. No niego nada. Vivo.
MARCO.- Sí, vives, y te arrogas el derecho de decir lo que mejor te viene en gana. Te tomas la libertad de engañar a los imbéciles.
MARCO.- ¿Qué culpa tengo yo de que hayan imbéciles? (HACIENDO HUMO) Además, no hay mejor solidaridad que la de la mentira. Los hombrees necesitan vivir en torno a algo o de algo y se agrupan y se asocian. Elaboran sus principios y hasta mueren por ello. Yo, en cambio, no busco nada, absolutamente nada. ¿Busqué acaso voluntariamente la vida de que soy dueño? Ella vino hacia mí. Yo estaba, sin duda, en el vacío; pero vino, y he aquí que me envuelve y me coge en su vértigo. Voy arrastrando por ella; choco con otros gérmenes, es decir vida, y así constantemente, hasta la consumación de mis días…¿He de detenerme a trazar planes para el mañana? No…
MARCO.- Acabas de confesarlo. No esperas nada, es verdad, pero buscas el presente, en silencio, sin esfuerzo, sin dolor.
DARIO.- Yo no he dicho eso.
MARCO.- Sí que lo has dicho…Y lo dices.
DARIO.- Entonces, otra tontería.
MARCO.- Eres cruel contigo mismo. Esperas nada más que los placeres que te da la vida, como si ella consistiera solamente en eso. Te engañas sin saberlo. Te castigas…Yo no sé si gozas con ello. Ojalá que no. En el fondo tuyo hay un complejo demoníaco. Atraes dentro de tus órbitas a cuantos sers se te cruzan para luego someterlos a tu crueldad.
DARIO.- Hablas de una crueldad que yo no conozco.
MARCO.- Llámala egoísmo, si quieres.
DARIO.- Que yo sepa, no tengo ningún egoísmo.
MARCO.- Ajá… ¿Vas a empezar por santificarte ahora? ¿A decirme que eres un inocente corderillo cuando, en realidad, no eres otra cosa que un lobo voraz e insaciable?
DARIO.- No te comprendo.
MARCO.- Ah. Eres como todos, como la canalla que yo detesto.
DARIO.- ¿Me importa eso algún bledo?
MARCO.- Claro que no te importa. Acabas de comprobarme enfáticamente el cinismo de que haces gala.
DARIO.- ¿Y… podría saberse, a qué viene todo esto?
MARCO.- A qué ha de venir. A comprobar que eres un cínico formidable y… vulgar.
DARIO.- Me alegra el saberlo.
MARCO.- Te alegra…y te alegra también el haber destruido muchas vidas, entre ellas la mía.
DARIO.- Cantaletas de mujer.
MARCO.- Que, sin embargo, te tasajean el alma como dardos envenenados. Respóndeme: ¿qué hiciste de César, de Anereida, de Cristóbal? y ahora último: ¿qué hiciste de Berta y de Narda? (PAUSA EMBARAZOSA) Callas. ¿Por qué callas?
DARIO.- Oh, mil perdones. Estaba pensando en otra cosa.
MARCO.- No disimules.
DARIO.- ¿Qué me decías?
MARCO.- (CON INTENCION) Decía que la fortuna que tienes amasada se hizo a costa de la sed de lujuria de cierta gente avezada a poner precio a todo honor.
DARIO.- (SUBITAMENTE EXASPERADO) ¿Qué estás diciendo?
MARCO.- Lo que oyes. Que no has trepidado en traficar con la honra de muchas jóvenes indefensas; que tu poder y tu estrategia de hombre enfermizo y cobarde se reducen a arrojarlas a la miseria para después expoliarlas. (DARIO BRUSCAMENTE SE VUELVE Y LEVANTA EL PUÑO PARA ABOFETEARLE. MARCO, VELOZ, LE ASE DE LA MUÑECA Y LE TIRA ABAJO EL PUÑO. DARIO, CASI AVERGONZADO, DASE DE ESPALDAS Y CAMINA EN SENTIDO OPUESTO)
DARIO.- Y bien, ¿has acabado?
MARCO.- Eres más despreciable aun de lo que a simple vista pareces. ¿Crees que la última razón está en la violencia?
DARIO.- Es mejor que te calles. Tengo los nervios encendidos.
MARCO.- Lógico, porque presento a tus ojos lo monstruosos y deforme de tu alma.
DARIO.- A qué seguir hablando. ¡Cállate!
MARCO.- Ah. Veo que mis palabras te causan escozor. Dentro de la cota habitual de tu indiferencia, escondes una llaga viva y…purulenta; por eso me pides que me calle; que te deje de enrostrar, (AVANZANDO HACIA EL, HABLANDOLE POR SOBRE ELHOMBRO) Tú has frustrado de raíz mi deseo de vindicación; has amparado la fuga de Berta y te quedas aquí, campante y señorial, pronto a reiniciar tus dolosas andanzas de ávido succionador de vidas.
DARIO.- Basta, basta, no digas estupideces.
MARCO.- Eres un asesino vulgar y no otra cosas. Tú mataste a Narda fría e inmisericordiosamente. Eres un hombre sin entrañas.
DARIO.- Bien lo has dicho. Soy un hombre sin entrañas. ¿Cómo sentir la piedad?
MARCO.- De ningún modo, ni volviendo a renacer. Tu mundo es de tinieblas; no puedes amar la luz. No llegarás a comprender nunca, lo que yo, la recóndita razón de ser y de existir.
DARIO.- Estás hecho para predicar entre entuertos y pecadores, consolar a los que lloran y peregrinar por los pueblos en hecatombe en busca de almas. (RIE JUBILOSAMENTE)
MARCO.- Ah, cómo festejas tu insensibilidad. No te queda otro recurso.
DARIO.- ¿No me pides que me vaya contigo, a vivir en una buhardilla, para compartir tus privaciones? O si no, me iré al desierto; rasgaré mis vestidos; me echaré cenizas en la cabeza y con un tiesto restregaré mis sarnas. Sólo así alcanzaré la expiación de mis culpas, ¿no es así? (RIE) Marco, no sigas soñando en un mundo que no existe, que nunca ha existido. Ven conmigo; yo te enseñaré los ocultos secretos del poder y la grandeza…un mundo suave, sin dificultades, embriagador.
MARCO.- ¿Dices que me enseñarás los ocultos secretos del poder y la grandeza?
DARIO.- Sí, mi querido Marco Antonio, y mucho más.
MARCO.- ¿Cuáles son esos secretos? ¿La intriga, la calumnia, el crimen?
DARIO.- ¿Y qué esperas de un mundo fracasado como el nuestro? Haz el bien y te pagarán con el mal. Sé modesto y no serás otra cosa que un pobre diablo. Di la verdad y te callarán la boca. Predica amor, concordia, justicia –toda esa jerigonza de los rábulas- y te crucificarán. ¿Qué quieres? En un mundo de canallas no está bien sembrar las cosas que tú piensas; es echar agua en el desierto. ¿Comprendes?
MARCO.- Claro que yo comprendo, pero tú no puedes comprender que las ideas…
DARIO.- Déjate de ideas y vive. Con ellas no has de ganar sino que te crucifiquen y te coronen de espinas. Marco, desiste de tu empeño. Las ideas son hermosas y rutilantes y, para apreciarlas, es necesario una humanidad de ángeles y no una caterva de forajidos y asesinos coronados de oro y de perlas.
MARCO.- Por fin te oigo razonar. Dices que nuestra humanidad está constituida por una caterva de forajidos y …
DARIO.- Sí, tienes que convenir conmigo.
MARCO.- Tú aceptas el mundo como es y no como debe ser.
DARIO.- ¿Y quién se empeña por eso? Nadie, absolutamente nadie. Cada uno de los hombres, detrás de las prédicas de paz y de amor, está encaramado hacia el poder y listo a hundir a aquel que se le oponga.
MARCO.- Y esos, esos son los secretos de tu poder y tu grandeza. (SUSPIRANDO CON ALIVIO) Darío, quédate en tu mundo. Prefiero consolar las almas, como bien has dicho. La humanidad, ahora más que nunca, necesita de unos extraños héroes y no de rufianes disfrazados de «caballeros».
DARIO.- (BURLON) Y tú eres uno de los cruzados de aquella gran estirpe, ¿cierto? De esos hombres con los que soñaba Carlyle…Bah, más tonterías sumadas a tonterías.
MARCO.- Todos los que triunfan por la fuerza y el despotismo, no hacen otra cosa que reír ebrios de su efímero poderío. Cuando más rías y goces en tu imperio de sangre, más te aproximas a los negros horrores del infierno. Cercano está el día en que has de caer como un ángel maldito. Entonces te veré. Adiós. (VASE)
DARIO.- (ANTES DE QUE MARCO TRASPONGA LA PUERTA) Me verás y tus palabras de amor y de gloria me salvarán. (RIE. CIERRA LA PUERTA, VUELVE Y ENCIENDE UN CIGARRILLO. SUENA EL TELEFONO). ¿Aló?…Sí, sí…El mismo… ¿Cómo?… ¿Qué firma dice?…Ah, ya, ya…Sí, en todos los diarios…Esta misma dirección…Puede verse de nueve a once de la mañana, todos los días…Sí, hay que verla…(ABRESE LA PUERTA SUAVEMENTE. BERTA, EN TRAJE DE VIAJE DEJA DESLIZARSE HACIA EL INTERIOR Y ESCUCHA) Sobre lo visto el trato…Una manzana…Tres millones…Cómo no…Cuando guste…A sus órdenes…Gracias. (CUELGA EL AURICULAR. FROTASE LAS MANOS COMPLACIDO)
BERTA.- Tres millones (RISILLA. ENTRA DESPACIOSAMENTE DESPOJANDOSE DE GUANTES Y SOMBRERO. PASMO DE DARIO) Tres millones… Hermosa cantidad. Debe ser maravilloso tenerlos juntos y contantes…Tres millones…
DARIO.- Berta…Tú…
BERTA.- Sí, yo misma. ¿No lo ves? (OTRA RISILLA) Has creído vencerme deshaciéndote de mí como un guiñapo. Soy difícil para la derrota, inmensamente difícil.
DARIO.- Pero… Cómo ha sido posible….Tú…
BERTA.- Muy sencillo. No bien despegó el avión, hice como que había perdido mi maletín de joyas y dinero. Me creyeron una tonta y entonces me vi obligada a armar un bolondrón. ¡Qué escenas tan singulares! Apostaría que ni la …(AQUÍ NOMBRE DE UNA ESSTRELLA CINEMATOGRAFICA DE RENOMBRE) habría hecho mejor mi papel… La nave no tuvo más remedio que virar de rumbo y volver al aeropuerto y… aquí me tienes…
DARIO.- Formidable… Sencillamente formidable… (BERTA DESAPARECE EN EL VESTIBULO. DARIO DANDOSE DE ESPALDAS. EXTRAE UNA PISTOLA Y LA CARGA DE PROYECTILES MIENTRAS AQUELLA HABLA DESDE ADENTRO)
BERTA.- (DENTRO) Cómo me encanta, cómo me seduce lo inesperado. Es algo sensacional, embriagador… (VUELVE. DARIO ESCONDE LA PISTOLA)
DARIO.- Y mortal.
BERTA.- ¿Qué quieres decir, querido?
DARIO.- Todo y nada.
BERTA.- (APROXIMANDOSE POR DETRÁS) Cada vez más me intrigan tus palabras. Enantes, tres millones y ahora, mortal… No sé… No sé francamente a qué vienen esos términos.
DARIO.- Ya lo sabes y déjate de añagazas.
BERTA.- Necesitas dinero, mucho dinero, ¿verdad?
DARIO.- Y he aquí que cuando iba a tenerlo todo, te me apareces para estropear mis planes. Eres el mismísimo demonio.
BERTA.- Tú no tienes un solo céntimo. Estás arruinado y debes medio millón por chantajista, por estafador.
DARIO.- ¡Necesito ese dinero!
BERTA.- Pues, no lo tendrás ya nunca. (PAUSA) Bueno, puedes empezar a devolverme los títulos que me sustrajiste de modo realmente sabio, mejor que un gánster (OTRA PAUSA) ¡Los títulos! ¡Ya! ¡Vamos!
DARIO.- (VOLTEANDO HACIA ELLA) ¡El dinero, y los tendrás!
BERTA.- Tú no tienes ninguno. ¿Qué reclamas?
DARIO.- Lo que en derecho me corresponde, lo que es mío.
BERTA.- Nada es tuyo… ¿O llamas tuyos el arterismo y la cobardía?
DARIO.- Berta, no seas ciega… Los negocios son los negocios… ¿Por qué te empeñas en faltar a tu palabra?
BERTA.- Yo no; tú, tú que acabas de pisotear la tuya.
DARIO.- Te embarqué en ese viaje por salvarte de una muerte segura… Tú consentiste en ir, ¿verdad?
BERTA.- Y me sustrajiste los títulos.
DARIO.- Imbécil, no hace mucho estuvo aquí Marco tremendo de ira. Poco le faltó para derribar la casa.
BERTA.- Eso no me hace. Me importan mis títulos.
DARIO.- Yo no los tengo.
BERTA.- ¿Entonces?…¿Quién los tiene?
DARIO.- Mis abogados.
BERTA.- Ah… ¿Tan rápido?
DARIO.- Qué quieres, ¿qué me muera de hambre?
BERTA.- Pues, iremos inmediatamente… ¡ladrón!
DARIO.- ¿Y… si yo no quisiera?
BERTA.- Como no has de querer que te destape los sesos…
DARIO.- Bueno. Haz la prueba.
BERTA.- ¡Por Dios! ¡Sé razonable! ¡No vas a entregar la vida por una porquería de un milloncejo!
DARIO.- Ah, se ve que te falta valor para descerrajarme un tiro. (RISILLA) Tienes miedo… No te conoceré…
BERTA.- ¡No me conoces!
DARIO.- Si no me entregas ese dinero, te mataré como a una perra.
BERTA.- Sí, primero la muerte antes que soltar un céntimo para un canalla como tú.
DARIO.- Recuerda que toda esa fortuna, en la que ahora cifras tu orgullo, se debe a mí… a mi inteligencia… a mi temeridad…
BERTA.- ¿Inteligencia? ¿Temeridad? (RISILLA) Es de brutos y necios ganar gruesas sumas y pulverizarlas en una noche.
DARIO.- Cada cual tiene su modo de ser. El tuyo consiste en guardar y guardar, fabricar montañas de billetes.
BERTA.- Sí, me place el dinero; no te lo niego; me levanta por sobre los demás; me da fuerzas; me hace sentir reina todopoderosa.
DARIO.- Pues, esa reina está a punto de acabarse. O me das lo que te pido o te doy tu pasaporte. (INTRODUCE LA MANO AL BOLSILLO)
BERTA.- ¡Nunca! ¡Nunca! ¿Lo oyes? (DARIO EXTRAE EL ARMA Y LA APUNTA)
DARIO.- ¡Vamos! ¡Decide pronto! (BERTA TRAS DE RECOBRAR SU SERENIDAD, AVANZA SONRIENTE HACIA EL, CON LAS MANOS EN LA CINTURA)
BERTA.- Caramba. Mi gran socio, ahora mi verdugo.
DARIO.- ¡Quieta ahí! ¡No te muevas! (BERTA DETIENESE DETRÁS DE UN CONFORTABLE. MIENTRA HABLA, BUSCA ALGO CON EL PIE, CON DISIMULO)
BERTA.- A lo que han venido a dar estas dos maravillas, después de un largo consorcio… Realmente inesperado, ¿verdad? (BRUSCAMENTE SE APAGAN LAS LUCES. SE OYEN DOS TIROS, UN ¡AY! AHOGADO DE HOMBRE Y UN PESADO DESPLOMARSE DE CUERPO. TODO RAPIDO. SILENCIO. ESFORZADO RESPIRAR QUE VA APAGANDOSE. CAER DE ARMA. ENCIENDENSE LAS LUCES. BERTA EN EL MARCO DE LA PUERTA, CON LA MANO AUN EN LA LLAVE ELECTRICA, DEMUDADA, PALIDA, TEMBLANDO. DETRÁS DEL CONFORTABLE APARECE EL BUSTO DE DARIO, TENDIDO SOBRE LA ALFOMBRA. INCORPORASE LIGERAMENTE, EXTRAESE EL PUÑAL QUE TIENE CLAVADO EN EL COSTADO)
DARIO.- Perra… Nunca pensé que…me ibas a… pagar en…esta forma. (MUERE)
BERTA.- (AVANZANDO HACIA EL) ¡Porquería! (PRORRUMPE EN UNA CARCAJADA LARGA E HISTERICA. SIENTASE CONVULSIVAMENTE EN EL CONFORTABLE Y LA RISA SE LE TRUECA EN UN SOLLOZO HONDO Y DESOLADO) ¡Tu justicia, Señor! ¡Tu justicia!… ¡Pronto, pronto Señor! (NUEVO SOLLOZAR)

Fin

Telón

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