Llama de amor de pronto me fue dada.
Fue en la Plaza Mayor. La cabellera
negra como el carbón. Una palmera
juncal toda ella y dulce la mirada.
Sonrióse y su sonrisa carminada
más su rubor de rosas y de cera,
más su vigor de busto y de cadera
entró en mi corazón como una espada.
Ardí toda la tarde en santa hoguera,
un logro de Rafael, un ángel era.
Divino mármol vivo de Carrara.
¿De qué cuento oriental escaparía?
Era llena de gracia y de armonía.
Era una flor. Era una diosa rara.
Transfiéreme, Oh Picasso, tus féricos azules,
tus rojos infernales, tus negros enigmáticos.
Quiero pintar botijas, cachorros y baúles,
todo el grave desorden de mis días sabáticos.
No sé si crisantemos o rosas o abedules
son los que tengo, mezcla de indígenas y asiáticos;
un caos verdadero de Cuscos y Estambules
con la pasión sangrienta de locos y fanáticos.
¿Cómo pintar, Picasso? ¿Con qué color o verso
plasmar las formas raras de ese mundo perverso
que se organiza dentro de mi mente caótica?
Me es imposible ahora descifrar el misterio
de ese parque interior, de ese gris cementerio
para cuya expresión no sirve la semiótica.
Desde el Perú, oh España, quiero cifrar de nuevo
tus glorias: Unamuno, Machado, Juan Ramón…
No ya a Berceo, imagen sacral del Medio Evo,
ni al dulce Garcilaso ni a Fray Luis de León.
Por la Fe y el Idioma, madre España, te llevo
como un lucero ardiente prendido al corazón.
Con Azorín deléitome, con Bécquer me conmuevo…
El Duero, el Manzanares, el Tajo, el Arlanzón…
De ti lo que más amo, sobre el arte y la historia,
es la lengua sonora de Quevedo y Cervantes,
de Larra y Valle Inclán: retablos de tu gloria.
No me des otra cosa sino el papel impreso
cuya luz sobrepuja rubíes y diamantes,
¡papel que vale tanto más qu el oro de Creso!
Unamuno, barbado de violeta y de armiño,
me apasiona unas veces y otras me atemoriza.
Pienso me quemará las manos como a un niño
o que de pronto en vez de miel me dé ceniza…
Seráfico es a ratos, diabólico otros…Riño
con él…Si me deleita, también me sataniza.
Es como si a una virgen le arrancara el corpiño
y hallara una serpiente sobre su carne lisa…
Su ruma de papeles me saben a floresta
que no sé en qué recodo saltará un fauno loco
o una ninfa bellísima con rosas en la testa.
Este vasco sublime tiene secretos dones:
en la lengua caprichos de clásico y barroco
y en el alma un alcázar de alondras y leones.