Ingresa al campo clandestinamente
como un alud. Declárase enemigo
tanto del maizal cuanto del trigo
ciñéndolos cual hatos de serpientes.
Expande entre los surcos su domino
-dúctil vertebración de azul anélido-
y al beso astral de cada viento gélido
de mil blancuzcas flores de aluminio.
Vencidas bajo la hoz las rubias mieses,
ofrécese manjar para las reses
que inundan orquestando sinfonías.
Y bajo la pezuña de los toros
se ven harapos remendados de oro:
signos de su difunta dinastía.