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Oh, elementales goces que viví en el pasado
a la sombra de viejos sauzales pensativos.
Mi rostro de ermitaño paseaba por el prado
entre toros rumiantes y corderos esquivos.

Caminaba descalzo, cruzaba el río a nado,
o echado entre los tréboles aspiraba incentivos
fragantes de duraznos, de níspero y granado
entre el rumor de alegres pájaros fugitivos.

A veces, ya sintiéndome un sátiro pequeño,
perseguía a las niñas que erraban solitarias,
palpitantes los senos y el semblante sedeño.

Allí nació mi verso de ardientes pasionarias.
Allí un rayo de luna me encaminó al ensueño
y se colmó mi pecho de cantos y plegarias.

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