XXVI
Me ha llegado el dolor. ¿De dónde vino?
Es un señor adusto, recio, grave.
Tiene el semblante de ángel asesino.
El me atraviesa con su acero fino.
El es todo un león, yo sólo un ave.
¿Qué puede un colibrí contra un felino?
Le ruego: cese su embestida fiera.
Le lloro, le suplico, me le entrego;
pero él aviva en mí toda su hoguera,
me azota más con Látigo de fuego.
Basta, ¡oh, dolor, tu despiadado juego!
De carne soy, dolor, que no de cera.
Abre, oh, dolor, tus ojos, no estés ciego
que ha tiempo ya he rendido mi bandera.