De pronto el ruedo.
Un mar de gritos. En el mismo centro
caen dos gallos de plumaje lúcido.
Se miden. El rumor se apaga. Avanzan,
estudian con sigilo, teorizan,
se ponen frente a frente:
dos flores animadas,
viva porción de selva lujuriante,
brochazos de pintor;
esponjan el plumaje…Las pupilas
-aceros segurísimos- se buscan.
Son ya dos cactos brutos en acecho.
Las navajas sonríen
sujetas a los duros espolones.
Los cuerpos se adelgazan:
son dos borrascas, dos torrentes ciegos,
dos vértigos floridos,
dos astros retaceados, dos puñados
de rosas azulencas, gualda y verde
prontas a deshojarse.
Súbito un salto. Aquel para debajo,
veloz como serpiente.
Recrudece el ataque y en el aire,
crujen los aletazos y las plumas,
sobre la arena de oro,
lucen como burbujas luminosas.
¡Arte y sapiencia juntos hacen épica!
Este deslizarse bajo las patas.
Aquel lánzase en son de airado reto.
Las patas entrechocan como raíces:
dos fuerzas guarnecidas en metálicas
escamas, dos blasfemias que se embisten
a fondo, a tajo limpio:
dos puños que se atacan delirantes,
un manojo de nervios que trepitan,
dos lanzazos al pecho,
dos torbellinos, dos jardines locos.
Pericia y gallardía emparejadas,
duelo de espadachines,
mantos purpúreos que destrozan el tejo,
hogueras resoplantes,
charcos crepusculares,
tifones de luceros…Y de pronto,
uno que cae en seco, fulminado,
arrastrando el pescuezo como un rayo;
otro que mana sangre,
con los ojos hervidos por la luz,
después el grito unánime que se abre
en recios líquidos en cada pecho;
luego las dos especies derramadas
como frascos de vinos sobre sedas,
como dos olas muertas en la arena,
como antiguos museos en escombros,
como chorros de arco iris,
mientras la mancha roja de la sangre
muerde la tierra o rueda semejante
a mantos de escarlata de dos príncipes.