I
Señor, ¿no te recibo bien, acaso?
¿Por qué del don del cántico me privas?
¿No gustas que te dé mi alma de vaso
para tus lirios y tus sensitivas?
Permíteme en tu reino, haz un pedazo
de sitio para mí, no lo prohíbas.
Tengo miedo a la nada y al ocaso.
Pídote con fervor que me recibas.
Devuélveme el cantar, díctame el verso,
aquél que es núcleo y eje de armonía
en que se mueve todo el universo.
Un hilo de palabra, un surco apenas,
donde mi corazón, en extasís,
transfórmese en violetas y azucenas.