Desde pequeña, Ruth destacó en los estudios. Era una mujer muy inteligente y persistente. Al llegar a Lima ingresa al colegio Nacional Rosa de Santa María, donde termina la secundaria.

El cambio de sistema, pasar de un colegio religioso a uno nacional, le chocó enormemente, pero supo salir airosa. Ya entonces tenía trazada una meta, ser una buena profesional y decidió seguir la carrera de Medicina. Se preparó con empeño e ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudia sólo dos años, pues la visión de un pie humano disecado la impresionó al punto que resuelve trasladarse a la facultad de Educación. Más tarde confesaría que en realidad lo que siempre le gustó era enseñar y que finalmente había encontrado su verdadera vocación. A los 24 años se recibe como docente y posteriormente obtiene el grado de Doctora en Educación y la especialidad, en Geografía e Historia.

Pero la universidad de San Marcos no sólo fue su Alma Mater y su casa de estudios, sino que también fue el lugar donde conoció al gran amor de su vida: Antenor Samaniego, un estudiante que desde el primer momento en que la vio quedó prendado de su personalidad, de esa belleza espiritual y física que le robaba el alma. Fue tal el impacto que le causó, que el joven Antenor, con dos años adelantados de estudios, opta por matricularse en los cursos que llevaba Ruth para estar más cerca de ella.

Escondido en el anonimato, dejaba fluir sus sentimientos y le enviaba cartas y poemas de amor que empezaron a calar hondo en Ruth, la cual se preguntaba quién era ese ser que la conmovía tan profundamente, que la enamoraba con la caricia y la dulce melodía que solamente saben dar versos tan hermosos:

«Ah, tus ojos, ojos grandes y sagrados,
que penetran como lanzas en mi pecho,
como lluvia de violetas temblorosas,
como fluido de hebras dulces de esmeralda…
…Ah tus ojos, ventanas de los ángeles
que contemplan la dulzura del crepúsculo».

En medio de tan apasionada correspondencia y cuando ya el camino estaba labrado, Antenor le declaró su amor y fue correspondido. Como era costumbre en esa época, el enamorado no podía frecuentar la casa de la joven, razón por la cual al salir de la universidad la acompañaba sólo hasta una cuadra antes, por temor a ser vistos por el hermano mayor. La noticia del romance se la dan cuando toman la decisión de casarse. El sacerdote les indica que deben viajar a Arequipa para solicitar la autorización ante sus padres y cumplir con las formalidades de la pedida de mano.

Ya en Chiguata, el padre de la novia dio su consentimiento, sin antes advertirles de la importancia del paso que iban a dar, haciendo hincapié que no podía oponerse a lo que habían decidido, pues los dos ya eran profesionales, pero eso sí, les advirtió que el matrimonio era para toda la vida.

Antenor y Ruth se casan el 19 de marzo de 1947 en la Iglesia Santa Marta en Arequipa. Fijan su residencia en Lima y por dos años viven en casa del hermano sacerdote, luego marcharían a su propio hogar en Pueblo Libre, el cual construyeron ladrillo a ladrillo, con mucho esfuerzo y privaciones. Los primeros años de casados no fueron fáciles para la nueva pareja, sobre todo para joven esposa, pues Antenor era muy amiguero y como buen poeta gustaba de la bohemia y las tertulias literarias. Era, además, crítico cultural del diario La Tribuna y después de El Comercio. Según refieren sus hijas, con mucha inteligencia su madre logró involucrarlo en la vida familiar y a su vez, construirle un mundo nuevo y a su medida, donde podía a sus anchas, leer, escribir, reunirse con sus amigos de tertulia, nutrirse y cultivar el arte que tanto amaba.

Hoy aún se conservan intactos su escritorio y máquina de escribir, así como sus colecciones de discos y pinturas que Ruth se preocupó en mantener.

«Tengo también mi Ruth espigadora.
Procede del volcán y del sillar.
Flor núbil de campiña labradora
-fusión de sauce, de clavel y azahar-.
Es su alma rubio cáliz que atesora
luces de eternidad. Es cielo y mar
por donde voy, con ansia escrutadora,
divinas maravillas a explorar.
Modalidad la suya: a veces brisa,
a veces agua de escondida fuente.
Dulzura matinal es su sonrisa.
Cuando la vida mi ilusión abate,
con reposar sus manos en mi frente
me transfigura en león para el combate».

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