I

ALLA en los puros años de mi infancia
decir Bolívar era decir rocío apenas,
breve raíz de luz o arena en el desierto;
pero ahora decir Bolívar significa
decir torrente o furia,
significa decir sol en la eternidad,
torre de profecía, montaña inaccesible
en la vorágine de alturas y órbitas
de la historia de América y del mundo.

II

Bolívar, prominencia a cuya cima
llega volando mi alma;
Bolívar, río-dios
que me arrastra a sus hondos precipicios;
fuego de Dios saltado a lo largo de América,
centauro alucinado
surgiendo entre las fabulosas ruinas
de tronos y coronas de Carlos y Felipes;
Bolívar, propio hermano del Cid y del Quijote,
sólo en el cielo o en el mar había
cabida para tanto corazón,
-¡tu corazón!-

III

Angel rebelde desterrado de la Biblia,
a tu paso las nubes y el polvo de la guerra
como leones sagrados te escoltaban;
tu infinita tristeza, tu soledad augusta
teñían de amarillo las rosas y los astros;
Bolívar, la embriaguez y orgía de los Césares
colmaban de cadáveres y esclavos tus caminos
y, sin embargo, nunca
logrose disipar tanta tristeza,
tanto, tanto delirio de poder
surcándote la frente cual hierro al rojo vivo.

IV

Quería hacernos fuertes tu doctrina
dentro de un paraíso sin miserables límites;
soñabas dulcemente, ingenuamente,
como sueñan los niños a orillas de la flor…
De tanto ver el cielo tenías honda el alma,
honda y cargada de astros que llegaste a olvidar
que el suelo era maleza de serpientes.

V

Ya te he visto Bolívar
en la estepa sin día de mis sueños
tender cercos de fuego del mar al oro mar,
crecer, allá en las nubes, como un águila
y abrir las alas sobre toda América;
yo te he visto Bolívar domar al propio viento
y galopar de un fin a otro confín
como un dulce esqueleto iluminado;
yo vi rodar tu rostro como un sol en el tiempo;
yo vi de tu costado nacer el Orinoco
y echarse a andar por selvas y llanuras
predicando a los árboles tu credo de palomas;
yo vi arder de pasión tus brazos evangélicos
como altos candelabros en la noche;
yo vi entre los escombros, roído y desolado,
latir tu corazón
como un mar destrozado en los escollos;
yo vi desmoronarse tus huesos solitarios
a impulsos de la interna glaciación de tus lágrimas;
yo, en multitud de veces,
una a una vi todas las embestidas
mellarse entre las letras de tu nombre;
yo te vi, don Simón, vagar alucinado
en los siniestros huertos de la gloria
persiguiendo aquel dulce fantasma de mujer
que llaman libertad.

VI

Ah, tu espada flamígera y terrible
forjada en los talleres del misterio y la fábula;
oh, tu espada, señor, que cortaba cabezas
como rojas bellotas en plazas y patíbulos;
oh, tu espada, señor…Allí donde veías
tus túmulos por tronos,
caía desde el cielo como un rayo sagrado
borrando de los mapas las fronteras del odio,
liberando de yugos las cervices,
silenciando el rumor de las cadenas
donde la muerte había instalado su reino.

VII

Mientras tú recorrías tus sueños a caballo
federando blancuras con el alba y los lirios;
mientras organizabas brigadas estelares
o dibujabas mapas con tus gotas de sangre;
mientras tú vigilabas crecer en todas partes
la luz como los trigos dorados del crepúsculo,
los otros federaban las sombras de sus almas,
abonaban tu gloria de blasfemias,
envolvían puñales entre rosas,
administraban crótalos,
desgarraban los ríos,
clausuraban la luz…
y gemían las rojas banderas libertarias
bajo los negros vientos anarquistas,
los próceres se alzaban de sus tumbas,
emigraban los astros a otros cielos
y la noche ingresaba destrozando
la suave lumbre abriéndose en tu pecho
como pétalos de oro en las tinieblas.

VIII

Ha pasado la muerte
y han pasado los años en incansable oleaje
y no han podido aún sumergir tu cadáver,
qué digo, tu recuerdo, -fantasma de los siglos-;
y es por esto que siempre te veo retornar
por los mismos caminos que recorren los astros;
te veo presidir las sesiones de América,
te veo, allá en las nubes, sobre un trono de rayos,
en los vientos que siembran rugidos en los Andes,
en los ríos que cantan como soldados ebrios,
en los volcanes que hablan con las altas estrellas,
en las costas que duermen
como blancas sirenas en deseo,
en los mares jadeantes de órganos misteriosos,
te veo, en fin, te veo gobernar los latidos
de la alondra, el león y la paloma.

IX

No estás solo Bolívar: he aquí mi corazón.

X

Yo abrí las puertas de tu Verbo
y un mar, un alto mar de luz me anonadó,
un museo en escombros, alhajas fabulosas,
música de esqueletos planetarios…
Tu Verbo fue;
no sé dónde nacieron tus palabras
y no sé dónde acaban: boga y boga
mi alma sobrecogida, ebria de luz…
¿Fue acaso una trompeta de Phatmos la que oí?
Fue tu voz, fue tu voz,
hierro liberador
que en el trueno es fragor y rugido en el león.
Fue tu voz, tu voz única,
trabajada en las rojas fraguas de los volcanes
y los limpios cristales de los ríos selváticos.
Fue tu voz que venía desbordando los libros,
tu palabra rompiendo recipientes
para llenar abismos o desplazar océanos;
tu palabra de pie de la tierra hasta el cielo,
huracán desfilando como briosos caballos,
centinela en las puertas quemadas del ocaso,
sinfonía del vértigo,
remolino de estrellas,
cabalgada de mundos.

XII

Bolívar, te engendró un padre milenario: el Tiempo,
te concibió una mujer infinita: la Eternidad.

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