EL PAISAJE

1

Flor de blancura, Arequipa,
sillar que se hizo mujer,
mujer que se hizo paloma,
paloma que se hizo miel.

Vientos del norte y del sur
me dicen que eres de fuego,
que te aman tus tres volcanes
y que astros te ciñe el cielo.

Verde no más entre el oro
del texao que te ilumina;
de Paucarpata hasta Cayma,
luz verde, verde Arequipa.

Chili, luceros del alba,
claro remanso en que miran
torres y sauces sus formas
de alucinadas imillas.

Ciudad que tiene por alma
una guitarra y en ella
-flor y corazón a un tiempo-
el yaraví de las quenas.

Ciudad de calles que suben
en busca de las estrellas;
ciudad de calles que bajan
en busca de la tristeza.

Caminos por donde a veces
entra aguitando la luna
para dormirse en el pecho
de los tunantes que ambulan…

Vientos del norte y del sur
me hablan de ti, mi Arequipa;
Melgar, me dice, que vuelve
todas las noches por Silvia.

Rejas de antaño en que el cántico
florece y cuyo perfume
vaga entre muros de niebla
y entre las sombras azules.

Madre Arequipa, te quiero
contar la historia del bronce
por quien la nieve se hizo ángel
y tuvo Melgar por nombre…

SILVIA

2

Decime paisano
¿es flor o mujer
aquélla que vi
del alba nacer?

-¡Es la María
Santos Corrales!-

Sillar hecho pétalos
su seno advertí;
la brisa aromábala
de qantu y jazmín.
Del cielo venía
hendiendo las sombras;
sus pasos tornábanse
murmullos de rosas.

-¡Es la María
Santos Corrales!.

Se trujo en la frente
temblando un lucero.
Nocturno follaje
sus dulces cabellos
cuál lámpara negra
ardían al viento.

3

¡Aguas del Chili,
vosotras visteis
sueño tras sueño
surgir sensible
mármol o anémona
tras vuestros cisnes!
¡Oh, suaves nieblas
era, dijisteis,
koya de luna,
porque rubíes
eran sus labios!
¡Vientos, decidme,
¿no eran sus ojos
hondos zafiros,
camino de astros,
dulzor sin límite?

Virgen de Cayma
¡qué güeña estaba!
Sólo en sus hombros
faltaban alas.
Ponéle al menos
tu manto ´e plata,
que, de tan bella,
es pa´ adorarla.

4

¡María Santos Corrales,
quién te dio esa cinturita;
que no te vaya a quebrar
como a corola la brisa!

Del Picho-pichu y del Misti
cuidaté Santos María;
que tu blancura de nieve
por nieve aún más les hechiza.

Cuidaté de la totora
que en tus andares querría
saber qué es ese donaire
que a todo el mundo cautiva.

Cuidaté de la taruca,
por ágil robar te quiere;
y del cernícalo porque
paloma diz que pareces.

¿Quién eres? ¿Por qué perturbas
la soledad de mi pueblo?
¿Qué fuego tienen tus ojos
que me hace arder más que a fuego?

De noche cuando al balcón
te ven salir las estrellas
apagan su luz de rosa
porque eres tú la más bella.

¡María Santos Corrales
que el viento lleve tu nombre;
que vivas cántico y seas
aroma para las flores!

Que si del cielo bajaste,
al menos quédate en algo.
¡Quédate sobre mi pecho
como una flor de sancayo!-

YARAVI

5

Ahora que la noche está nupcial,
ahora que la luna sueña nácares,
¿quién es el que hace en tanta soledad
llorar a la guitarra? ¿Quién la tañe?

6

En el solar,
con voz suave
dice a sus hijas
de pronto el padre:
-¿Por qué estáis tristes?
Y ellas, afables:
-Anoche oímos
al cielo alzarse
no sé que música
-Me heló la sangre,
dice la que es
de ojos más grandes.
-Como una huerta
tembló mi carne.
-¿Está embrujado
tal vez el valle?
-¿Quizás gemían
almas errantes?
-Tanta tristeza
creo que no cabe
sobre la tierra.
-Por percatarme
salí al balcón:
blancas las calles
estaban solas.
-¿No había nadie?
-Nadie y la música
llenaba el aire.
-Lamentaciones
sin duda de alguien
-¡Qué tristes eran
aquellos ayes!
Si de morir
ganas me invaden
al recordar
la inconsolable
canción de anoche
que heló mi sangre.

-Calma, hijas mías;
que Dios os guarde
de sortilegios
y voces tales.
De noche sólo
fantasmas salen.

-Pero eran dulces
sus quejas, padre.
Mi corazón
latió anhelante
porque ese canto
de parte a parte
como saeta
vino a matarme.

-Basta, hijas mías.

Cae la tarde
y entre las sombras
lirios fragantes
son las dos niñas
mudas y graves.

7

¡Oh, yaraví nacido a flor de llanto.
Impalpable dulzura de la muerte.
Corazón del dolor que se convierte,
antes que en luz, en mariposa y canto.

Soledad en persona, árbol gimiente
de flautas y guitarras, cauce lleno
de miel, aterrador jardín, veneno
dulce para el amor que busca fuente.
Jaray arahui, piedra o blanda greda,
que larvas de sonido hacen escalas
primero de cristal, después de seda.

Escala o esqueleto de Melgar,
ángel, juglar del cielo, cuyas alas
son como el viento de la tierra al mar.

8

Ave que entre huarangos y quisuares
revive la nostalgia, yaraví,
voz que orillada de ónix y rubí
subió del corazón a los sillares.

Entre doradas chichas y jayares
y rojas chombas cantas y sollozas
sensitiva y floral ante las mozas
dulces y agrestes de mis hontanares.

Cómo se abre y te escucha en lo profundo
mi corazón, mi cuerpo, en el preciso
instante en que renaces sobre el mundo.

Música de mi idioma dinastía
en guitarra española, árbol mestizo
sonoro de misterio y lejanía.

MELGAR

9

-Por´ai me ´icen, compadre,
que ha aparecido un mocito:
Mariano tiene por nombre
y Melgar por apellido.

Y cuentan que ama a una moza
a quien conocen por Silvia;
las malas lenguas le achacan
historias que maravillan-.

Este es Mariano Melgar
y en esta tierra nació
para ser héroe y poeta
mejor diré, semidiós.

Los hombres, dicen, que ha sido
por la bravura león,
y mis paisanas que fue
por el cantar ruiseñor.

Enamoraba a la luna
y ésta lucía mejor;
pero la muerte le amaba,
¡amaba su corazón!

Ojos tenía de ciervo,
frente y mejillas de miel;
altos castillos de nácar
eran las nubes para él.

Alucinado habitante
del cielo vino a cantar
sus serenatas en forma
de príncipe hecho juglar.

Ambulador en las calles
de esta tranquila ciudad,
dejó sus lágrimas de oro
temblando en cada rosal.

¡Ay, su guitarra que llora
y hace llorar de verdad!
¡Ay, el arpegio divino
lloviendo como el maná!

Este Mariano Melgar
hijo tal vez de la noche,
pues, de ella viene y se va
con ella no sé pa´ dónde.

Naides le vio de día,
será por eso que cuentan
que es el alma por Dios penada
cantando a todos sus penas.

Sea quien fuere es Mariano,
¡ay, Marianito Melgar:
ángel vestido de sombra
que ya no puedes volar!

Viniste por una moza
trayendo cítara de oro;
por ella perdiste el reino,
por ella cítara y todo.

No busques alas ni reino
que nada te queda ya
tan sólo mi corazón
que te daré como altar.

¿Qué estás cateando en la noche?
¿Qué miras en el oriente?
¡Color de sangre en el cielo!
¡Ven Marianito, es la muerte!

No le sonrías, no es ella
la Silvia de tus amores.
¿No ves que la hoz de sus manos
en vez de espigas siega hombres?

¡Ay, Marianito Melgar,
que no te vayas de aquí!
Nuestras guitarras y quenas
sin ti se van a morir.

EL ALZAMIENTO

10

De pronto una mañana
las puertas de Arequipa
ingresa en su corcel
volando la noticia.

Por el rojo horizonte
el cóndor Pumacahua
hace su aparición
llevando el Sol por alas.

Los indios en broncíneas
legiones se presentan
derribando cadalsos,
destruyendo cadenas.

Dilatan las campanas
las voces insurrectas…
¡Levántate Arequipa
que se inició la gesta!

Raza de azores y águilas
predilecta del cielo;
hombres que tienen alma
de eternidad y fuego.

Agora de patricios,
huerto de ruiseñores,
árbol bañado en sangre
de poetas y próceres.

Aquí para luchar
no se requieren armas;
basta mostrar el pecho
desnudo como el alba.

Aquí hasta el adoquín
secunda a los sillarres
y en clavel se transmigra
sobre charcos de sangre.

Melgar se va a la guerra,
en la diestra la espada;
mas no por ello olvida
de llevar su guitarra.

Mozas de Santa María
llorando le repiten:
¡Mariano, Marianito,
cuídate de Ramírez!
Pero Mariano va
mirlo entre gerifaltes,
sándalo entre la pólvora,
lucero entre la sangre.

Para luchar los árboles
en brazos se convierten;
se hace brigada el viento
y las nubes, corceles.

¡Capitán Uchumayo
álzate de tu lecho!
¡Mira cómo cantando
viene a pelear mi pueblo!

¿Quién es esta mujer
que guía a las muchachas?
No sé, pero aseguran
que es la Virgen de Cayma.

¡Salve Arequipa, salve!
¡Gloria Arequipa, gloria
por tus hombres: halcones
y tus hembras: alondras!

MUERTE Y ELEGIA

11

¡Qué desastre en Umachiri!
El cóndor cayó entre llamas.
¡Ay, condorcito de Cánchiz!
¡Ay, brigadier Pumacahua!

Pudo otra vez el dragón
bajo torrentes de sangre
quebrar las alas del cóndor
que se cernía en los Andes.

Sombras dijeron a sombras,
vientos dijeros a vientos:
-¡Ha muerto el Cóndor Sagrado!
-¡Ha muerto el Cóndor, ha muerto!

Murió también Marianito
y lo ha matado Ramírez
como decían las mozas
al rato de despedirle.

Ramírez no perdonaba
la alondra azul de su pecho;
golpeó su cráneo y un astro
salió dejándole ciego.

Le destrozó la guitarra
pero la noble madera
siguió sonando y sonando
con una rara tristeza.

Y loco se fue volviendo
porque tan sólo escuchaba
música y música adentro
como un taladro del alma.

Mariano, que te han dejado
desnudo sobre la yerba;
ñustas de nubes bajaron
para envolverte en sus trenzas.

Quedaron paralizadas
blancas vicuñas al verte;
y ahora todas las cimas
son estas frágiles nieves.

Descalzas fueron las brisas
llevándote incienso y mirra.
Manos de lirio la lluvia
te embalsamó las heridas.

El Uchumayo, de líquenes
te hizo una fresca guirnalda
donde la noche lloró
su llanto de antigua plata.

Lentos y solos volvieron
los blancos potros del viento
por los caminos teñidos
con sangre de los guerreros.

Y tú te quedaste solo,
solos quedaron tus huesos
como haz de flautas de
algún ángel del cielo.

Toda Arequipa lloró
buscándote en las esquinas;
sentirte, oírte, amarte
en cada sombra crecían.

Las Mozas de Santa Marta
de tanto llorar se hicieron
perlas y perlas rodando
camino del Chili adentro.

El corazón de Silvia
de flor suavísima que era
por el horror de tu muerte
de pronto volvióse piedra.

La vida se le acabó,
contigo fuésele el alma;
musgo invadió su cabeza,
su cuerpo se hizo de estatua.

12.

Ahora en dónde estás, qué extraño viento
agrietó tu esqueleto de paloma;
dónde rodó tu sangre que no siento
nacer rosa o clavel desde el aroma…

Qué soledad tus huesos atraviesa,
qué insecto de armonía te devora,
qué fue de la color de tu tristeza
que era azucena o luz ante la aurora…

Qué moho es que lo núbil de tu espada
cubre de orín; en dónde suena, dime,
la voz de tu guitarra apuñalada.

Muerto inmortal, qué afán el de tenerte,
porque eres tú la espada que redime
y la canción que derrotó a la Muerte.

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