XXV

No me hieras, Dolor, en lo profundo
que tu espada invisible no se ensañe
con quien poco hizo o nada en este mundo.

Bien está que de llanto o sangre bañe
mi cuerpo y mi semblante de errabundo,
pues mi anónima vida a nadie atañe.

Mas no a pausado fuego me consumas,
no a padecer me lances en el lecho.
Temo las negras cifras que tú sumas,
sangrante y triste témete mi pecho.

Dame los rayos dulces, no las brumas
fatídicas que vagan, al acecho.
¿Dolor, son de algún búho aquellas plumas
que pueblan el ambiente de mi techo?

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