III
Mi Dios, por merecerte tengo herido
de llama viva el corazón que llevo;
si más sufrir me ofreces, más te debo
de amor el fuego diáfano, encendido.
Por merecerte encuéntrome transido
y por sentirte el goce me renuevo;
del barro en que padezco yo me elevo
y hacia ti marcho, ardiente, complacido…
Por merecerte merecí el castigo.
Del llanto hice mi pan y por abrigo
tuve la nieve que me dio tu mano.
Hoy, al palpar la herida, tengo rosas.
Hoy siento un rebullir de mariposas
en lo que fueron larvas y gusanos