A nadie herí, pero en el fondo
siento como si hubiese herido
por millares;
oigo a mis puertas
un gemir sin cuento:
fantasmas en tropel
llorando a mares.
Siento vergüenza,
me arden las mejillas,
cierro los ojos,
cierro los oídos,
tiemblo,
enmudezco,
caigo de rodillas bajo el frío
diluvio de alaridos.
Yo a nadie herí,
es verdad,
y, sin embargo,
pago culpas ajenas.
y mi boca
bebe el cáliz de hiel,
el más amargo.
Y me quemo en dolor,
me doy,
me inmolo,
-Cristo sin cruz,
Prometeo sin roca-
cual náufrago en el mar,
gritando
solo.