Antaño creía valer como Creso,
que en mi alma cabían las cosas sin fin.
Iba por el mundo por el mal poseso
con la mano armada del acero ruin.
Rehusaron mis labios aprestarse al rezo
y al dolor del prójimo dediqué el mohín.
Buscaba embriagarme de amor y de beso.
Me sentía entonces todo un paladín.
Hoy, después de tanta guerra miserable,
sé que nada valen ni el puñal ni el sable
con que osé la gloria y el poder supremo.
Me sé simplemente un loco, un blasfemo.
Y al entrar en mi alma veo que es apenas
un siervo arrastrando trapos y cadenas.