La magia de su cantar pone
una pincelada de romance en los ramajes,
y el brumoso azul de sus hondos ojos
un albor celeste en todos los paisajes.
Tiene en sus manos una cítara
y bajo ellas tiemblan dolidas las cuerdas:
como coros de mil voces angustiosas,
como vagidos de violines que contasen historietas.
Y en el camino, que desnuda
rosas blancas, níveos jazmines,
hay una santa égloga de moribundos idilios
que castamente se acurrucan en los jardines.
Es ella la sagrada musa
que viene de azules mares, de cielos lejanos,
a sembrar de músicas los surcos de las horas,
y las soñadoras campiñas de los llanos.