Desde un principio, Ruth fue la que tuvo el control del manejo de su hogar y puso en práctica todo lo que aprendió de las religiosas en Arequipa.

Era ordenada, ahorrativa y planificaba cada detalle de su vida en pareja. Antes de casarse, ya trabajaba como docente en la Universidad de San Marcos y aceptó una plaza como profesora en la Gran Unidad Escolar Manuel Pardo. Antenor también era docente en otro colegio, por lo que deciden vivir con austeridad con los recursos económicos de un solo sueldo y ahorrar el resto. Eso les permitió construir una casa más grande, donde Ruth se preocupó especialmente de crear un espacio propio para que su compañero pudiera soñar y volar a sus anchas, donde pudiera escribir y, además de alternar con sus amistades, entre los que se encontraban Manuel Scorza, Gustavo Valcárcel, Mario Florián, Eleodoro Vargas Vicuña, Estuardo Nieto, Juan Gonzalo Rose, Julio Galarreta y otros intelectuales pertenecientes a la denominada Generación de los Poetas del Pueblo.

Siendo Silvia y Doris aún pequeñas, Antenor enferma y Ruth tiene que sacar adelante su hogar. Fue un año donde demostró su entereza y organización. No sólo era trabajar fuera de casa, sino que debía velar por el bienestar de la familia, preocuparse de la salud y del cuidado del esposo y también de las hijas. Para ayudarse contrató a una señora para que cocinara, aprendió a colocar inyectables y llevó una disciplina estricta, que involucraba también a las niñas. Fueron momentos difíciles que sirvieron para fortalecer su unión matrimonial y familiar, de la cual se sentía orgullosa.


«…Cómo es verdad la luz filtrándose de tu alma.
En dónde ¡qué sé yo! refugia mi dolor su fondo de soledad.
nunca rezumo versos sino dentro de ti
como sándalo, mirra las flores y resinas….

Inmersa está en mi sangre tu ternura de lágrima.
Afluyes en el nácar de la pureza que durmió en los lirios.
Recuerda que he nacido sombra para tu lumbre;
universal dulzura crucificada en mi alma rotativa…»

Ruth ejerció la docencia, además del colegio Pardo, en el María Parado de Bellido, donde fue Directora de Estudios, también Directora de la Vespertina del Micaela Bastidas. En 1974, debido a un problema de hipertensión se retiró del Magisterio para dedicarse a su hogar, tarea que disfrutaba mucho, en especial cuando se trataba de cocinar, de elaborar platillos de la culinaria arequipeña. Quienes probaron su sazón solían alabar sus grandes dotes culinarias, así como el arte que tenía en las manos para el bordado y la costura, que también había estudiado cuando llegó a Lima.

Así como era una mujer de carácter fuerte, también fue muy sensible, solidaria y siempre oportuna al aconsejar, en especial a las personas de su entorno, a su esposo a quien alentaba en la producción literaria, le hacía ver los pro y contra de sus proyectos para que tuviera éxito, lo acompañaba en sus viajes, caminaba a su lado en todo orden de situaciones. Igual papel desempeñó con sus hijas, a quienes se dedicó en cuerpo y alma. Ellas recuerdan las grandes lecciones de vida que aprendieron con su ejemplo.

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