La enfermedad y luego partida de Antenor fue uno de los golpes más duros en su vida. Tras un año de dura lucha, su esposo fallece el 5 de enero de 1983.

Para ella ya nada era igual, decía que se había marchado su complemento, que no existía nada que pudiera suplir esa pérdida, pues el suyo era un amor que iba más allá de la muerte.

Como buena cristiana, se sumerge en la oración, en las obras de caridad que realiza junto a un grupo de mujeres católicas, llevando consuelo espiritual así como ayuda material, alimentos y ropa tanto a albergues como hospitales. Se dedica a apoyar a sus hijas, a sus familias, a seguir viviendo con sus recuerdos, añorando al amigo, al esposo, al niño grande que la hacía sonreír con sus ocurrencias, con sus juegos y bromas, enseñando a las personas que trabajaron con ella, ayudándolas a crecer y también a fortalecer los lazos amicales que supo cultivar con sus amistades de siempre.

Al paso del tiempo, Ruth, MAMÁ RUTH, como muchos la llaman, sean sus hijos biológicos o no, comenzó a decaer y se fue haciendo más sabia como ocurre con las personas mayores, preparándose para marchar, para volar al lado de sus seres queridos que se despidieron antes que ella. El 12 de setiembre del 2013, su alma partió para juntarse nuevamente con la de su amado esposo. Para juntos volver a ser solamente uno, como lo refleja este poema que Antenor escribió para ella y que fuera publicado en su obra póstuma «Poemas de Otoño.

«Alma, ven conmigo. La tarde nos llama.
Mira en el crepúsculo esas suavidades
de oros y carmines: luz que se derrama
sobre los alcores, campos y heredades….

¡Qué magnificencia! ¡Qué matiz! ¡Qué gama!
La montaña, el río: tímidos cofrades.
Alma, esta inefable quietud que embalsama
hace que yo olvide mis iniquidades.

Alma mía, mira la dulzura agraria.
¿Qué sucede en torno? La montaña que ora
se hunde en las pascuales sombras invasoras.

Y en mi labio hereje tiembla una plegaria.
Se aproxima lenta la noche estrellada.
Esta es, alma mía, ésta es mi morada…»

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