—¡Jesús, qué ruido en los aires
hacen las lindas campanas!
—¡Qué bullangueras que son
cuando platican y parlan!
La Catedral primerito
comenzó con la algazara.
En dulces cascadas de oro
fue quebrándose en el alba.
Alueguito la Merced,
peripuesta y alocada,
le salió de contertulia
con sus dindones de plata.
Las de San Pedro pidieron
su lugar en la batalla:
dindón, dorondón, dindón
se lucieron entusiastas.
San Francisco respondió.
Fue como si al viento echara
pregoneros niños-ángeles
tocando cítaras y arpas.
¿Oye usted? San Sebastián
ya se mezcló en la jarana.
Parece que llueven rosas…
más rosas sobre las casas.
Salga usted y escuche cómo
se emociona la mañana.
Las campanas hablan y hablan.
¡Es Dios que está de pasada!
Mire usted nuestra ciudad,
sus balcones y ventanas.
No sé qué milagros hay
por dentro cuando se aguaita.
Para la misa se alistan
las pollitas —flor y nata
de la hermosura limeña
y de la hispánica gracia—.
Ya hay un andar en las calles
y en el andar se ven caras
de rosa té y de canela,
y de amapola y de malva.
Un aire travieso corre
desparramando fragancias.
El tic-tac de los zapatos
cómo estremece en el alma.
—¿Desde cuándo, Ave María,
este ángel carece de alas?
—Tus ojos, dos lucerillos
y puñal, tu mirada.
Dindón, dorondón, dindón…
dulce sonar de campanas.
¡Qué parla la de las torres!
¡Unas ríen! ¡Otras cantan!
—¡Si a rezar vas a la Virgen
que te dé su santa gracia
pa que te apiades de mí
y tu corazón se me abra!
¡Qué majadero el piropo
que a los varones endiabla!
De miel se torna el hablar
y aguijón cada palabra.
Angeles y no mujeres
aparecen cuando llaman
las campanas —oro y plata—,
plata y oro —las campanas—.
Mire usted las figuritas,
erguidas, dulces, gallardas,
¡Qué ciudad catolicísima
que da estas flores sagradas!
Y la ciudad se me antoja
una antigua y noble estampa.
Huele a rosa y en su luz
hay luz celeste de magia.
Al conjuro de los bronces
reviven las viejas casas.
Parece que en los balcones
se asoman las tapadas.
Se presienten en las rejas
temerosas manos blancas,
suspiros en el silencio
y en las rosas dulces lágrimas.
Estas campanas de Dios
qué cosas dicen al alma;
Sus voces, hondas de tiempo,
la embrujan y la arrebatan.
Desde el alba están diciéndonos
sus parábolas y pláticas.
¡Qué hermoso suena su idioma
de cristal dentro del alma!