Se llamaba Rebeca
y era hermosa.
Alas de golondrina
sus cabellos.
Su tez no era su tez,
era de rosa.
En sus ojazos negros
¡que destellos!
Entraba decidida
en el sembrío.
Flor entre flores era.
Yo moría por darle un beso
o, cuando se iba al río,
rogando, como el viento,
la seguía.
Fue de mi corazón,
fue la primera
enemiga del alma,
qué enemiga
para matar
con inmortal hoguera.
Yo la recuerdo
en los trigales de oro;
pero no sé dónde es.
No hay quien le diga
que al recordar
no sé por qué la lloro.