Parezco malo.
Tengo adusto el ceño.
Rehúyo la multitud
o la desprecio.
Mi escudo es la altivez
y, si desdeño,
desdeño al fariseo
peor que al necio.
Parezco malo.
A nadie le sonrío.
Soy poco amigo
de estrechar la mano.
Incrédulo,
de todo desconfío.
Dudo del hombre
que me dice “hermano”.
Con piedras de silencio
me rodeo.
Cavo en mi soledad,
siempre más hondo.
Huraño y solo y solo
igual que un reo.
Y, pareciendo malo,
guardo apenas
un corazón llorando,
allá en el fondo,
taraceado de vicios
y de penas.