No eran piedras sino aves dorándose en el fuego.
Eran piedras y no aves de alabastro o granito.
les crecieron las alas ansiosas de infinito
y en la tierra buscaron un lugar de sosiego.

Aves o piedras o ángeles que en torbellino ciego
se fueron sometiendo aun misterioso rito;
hoy, ensambladas, lanzan hacia el azul un grito
y, al calmarse, pronuncia una oración, un ruego…

Pues la mano del genio hizo que la rudeza
pronto se transformara en cántico, en salterio,
en augusta basílica de exótica belleza.

Allí hicieron lo siglos no un templo, sino un huerto,
un huerto cuyo aroma es el propio misterio,
un huerto cuyo espíritu ilumina el desierto.

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