¿Cómo ésta, la que pasa, sería la Jimena
de Cid el Campeador? ¡Ojos, así, de grandes,
con el brillo acerado de una espada de Flandes
y la color purpurísima de una flor azucena!
¡Qué primor de mujeres en tierras españolas!
Unas de rizos rubios – salvaje hierba de oro -.
Pero otras, procedentes de algún alcázar moro,
van llevadas del viento como excelsas corolas.
Aquella que parece doña Juana la Loca
se pierde entre los arcos sombríos de la plaza.
Otra, que con los senos provoca y amenaza,
aparece luciendo un clavel en la boca.
Y la otra que camina con pasos decididos
y en que se mancomunan la audacia y la violencia…
Al verla, la supongo la indómita Laurencia
que siento enardecerse mi impulso y mis latidos.
Y esa que lleva un negro lunar en la mejilla
una flor en las sienes y un cielo en la mirada.
¿Será hija de Sevilla, de Córdoba o Granada?
¿Será la Inés de Vargas? ¿Será la Gitanilla?
Notas de un gran concierto con variación de temas.
Pasiones que se cruzan, complejos caracteres…
Reinas o santas o ángeles, demonios o mujeres…
Sus vates ensalzáronlas en lacrimosos poemas.
Hay una que semeja flor diáfana, eucarística.
La envuelve un gran enigma: sensación de que reza.
¿Isabel la Católica? ¿Tal vez Santa Teresa?
Sobre su frente pura flota una aureola mística.
Mujeres que encendieron pasiones tormentosas,
mujeres cuya causa siempre ha sido el misterio.
Flores de las mezquitas o de los monasterios
con un destino trágico de amor de antiguas diosas.
La que viene tocada de la divina gracia,
maja sublime, estatua, virginidad hebrea,
soñada y nunca hallada… ¿Fue así la Melibea?
¿Fue así la Scherezade que floreció en el Asia?
Y la otra, encarnación de una visión celeste.
¿Acaso huyó del lienzo de algún viejo Museo?
Atiza en quien la mira la flama del deseo
y enseña el atrevido seno bajo la veste
¡Vive Dios! Son muñecas de porcelana china.
Aquélla es Galatea, la ninfa zagaleja.
Breve como encendida flor la boca bermeja.
Sí sonríe, enloquece; cuando mira, asesina.
Pasan altivas, frágiles. Sus finos ademanes
hacen que las miradas les rindan vasallaje.
Los ojos, como insectos, se clavan en el traje.
Viento y sol las cortejan junto con los galanes