Fuiste en la Edad Antigua, sin duda, tú, Juan Ríos,
junto al Olimpo, al lado de Esquilo o de Platón,
entre los frescos mirtos de Paros y de Quíos,
el inefable rapsoda que tuvo el Citerón…

Con pie firme ingresaste en los reinos del Mito
para exhumar, radiante la vieja alegoría
de sátiros y ninfas…y esculpir en granito
las gloriosas imágenes de la gran dinastía.

Tal vez fuiste el discípulo de Orfeo o de Dionisos
porque en tus versos tienes, a más de mieles áticas,
zumos de vid y mélicos gemidos de carrizos,
y exquisitas esencias de redomas asiáticas.

Y fuiste en el Medioevo también, entre juglares,
el que mejor tocaba laúdes y olifantes,
y quien, cantando coplas, coronaba de azahares
las sienes de las reinas hermosas y exultantes…

Te vi, no sé si al lado de Velásquez o Lope,
o en los infaustos días de los campos de Olmedo,
enardecido el verbo demoledor, al tope
de ese inmortal maestro que se llamó Quevedo…

Y aquí, no el español blandiendo alfanje o lanza,
ni Almagro ni Pizarro con petos y corazas,
sino el poeta, el santo y el héroe, en cuya andanza,
se mezclaban los dones de Fray Luis y las Casas…

Y cuando la República, con Vigil y con Prada,
desde el púlpito hereje, desde el ágora impía,
lanzar admoniciones por repeler la espada
que sembraba terror y atroz carnicería…

Y en pleno siglo veinte, cuando la Hoz y el Martillo
droga a los tontos útiles, o el Tío Sam recluta,
tú alzas el verbo probo, (Te alzas como un caudillo),
y enseñas, apostólico, la verdadera ruta…

Y en esta Lima, tierra de ascetas y de bardos,
gran circo de políticos y de polichinelas,
de pancartas, de bombas molotov, de petardos,
de oliváceas casacas y doradas espuelas…

En esta urbe gigante que Salazar llamara
«la horrible», tú, Juan Ríos, caminas solitario,
(antaño fue Vallejo), como un águila rara,
con la túnica blanca de Juan el visionario…

Y escribes y meditas sin prisa, con hondura…
Dices lo que te dictan el mar, el cielo, el monte,
y llenas de armonía –de Ancón a la Herradura-
la costa, el valle, el médalo, la pampa, el horizonte.

Poeta, el de la clásica prosapia de Unamuno,
llevas la mano armada del rayo jupitéreo,
y, si golpeas déspotas, tu golpe es oportuno
y tu voz es un trueno en el ámbito etéreo.

Eres, entre nosotros, el último heredero
del verbo incandescente del gran González Prada.
Tú no sabes del verso laudante o plañidero
y, a veces, tus estrofas…duelen como estocada…

Juan Ríos, oh poeta, oh dramaturgo diestro,
cuantas más cosas quisiera decirte, que lo diga
el Huascarán, mi padre, o el Marañón, mi maestro,
mientras, hermano, estrecha, cordial, mi mano de amigo.

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