XII
No me rendí de hinojos ante ninguna casta.
Yo no canté a algún César y abominé al impío.
Fui solitario, altivo, rebelde, iconoclasta…
A ello se debe, oh Padre, mi carácter sombrío.
Y me dieron de látigos, me dieron cárcel y hasta
me dieron de comer sus podres, Padre mío…
Me estoy muriendo a pausas…Quiero decirles ¡Basta!
Tengo en el alma lágrimas que me ahogan cual un río.
No un héroe sino un mártir…Soy lo que tú deseaste,
ceñido de cilicio, de espinas coronado,
sin cuévano ni lumbre y el cuerpo lacerado.
Se haga tu voluntad si a padecer me enviaste,
mas no el dolor quebrante mi fe que desfallece…
¡Qué importa ya la noche, Señor, cuando amanece!