¡Oh, espléndido Daniel Hernández! ¡Qué matices
tan dulces los que impones sobre el desierto lino!
Bajo el cabello de ébano surge el rostro ambarino
con frescura de rosas y resplandor de lises.

Y en la espumosa fuente de encajes albos, grises,
se intuye el busto núbil y el seno alabastrino.
¡Cómo surge la carne de tu pincel divino!
semejante en Versalles a los viejos tapices.

Y se van, poco a poco, diseñando, gloriosas,
las esferas de nardo que hay en tus perezosas
-majas que se olvidaron los Goya y los Manet-.

Chinescas porcelanas las que en el lienzo plasmas.
¿Son sílfides o ninfas esos blancos fantasmas
que a los ojos ofreces como un raro bouquet?

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