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Si no trabajo, yerro buscando los vitrales,
los yesos de Mendívil, de Mérida la arcilla,
los retablos de López Antay, o la vajilla
de plata y oro, especies todas artesanales.
O enrumbo a los museos o antiguas catedrales,
me hundo en cada figura –cultural o sencilla-
y me embriago mirando la ingente maravilla
que hay en los Macedonios, Szyszlos y Sabogales.
Compacto mis retinas de orgías de colores,
que vuelvo a mi recinto barajando el hechizo
de absurdas geometrías y extraños resplandores.
Un territorio, un mundo mágico el que yo habito.
Es como si tuviera mi propio paraíso:
¡un rincón inefable! ¡un celaje infinito!