I
Hay una lánguida melodía
que tiembla en las ondas del viento…
Es toda triste como un lamento
y es frígida, como una melancolía.

II
El antro, solloza y se queja,
el río que pasa
y que riendo, en un ¡adiós! se aleja,
gime y grita como una amenaza.
mientras, grácil, suave,
un ramaje cercano
deja escapar
el arrullo agónico de un ave.
Y allá, distante, lejano,
desde un muladar, llega el débil gemido,
cascabeleante y dolorido
de un cordero cansado de balar.

III
La lluvia blanca, de hebras de plata
que como un rosario
de perlas se desata,
susurra grácilmente
un poema de bullicios de cristal;
y, un algo funerario
acechante y saturnal,
como un fantasma, tiembla en las marañas
de los troncos que piensan,
y después se escapa
por las guedejas de las montañas
que en los horizontes se trenzan…

IV
Y es otra vez la melodía
reptante y quejumbrosa…
y es como un alma que prueba
sollozando una gota de hiel de agonía…
como un alma triste que lleva
en la boca, una herida dolorosa
de amor….

V
Un violín, convulso y sensitivo,
que vibra y palpita
en la quietud infinita,
cual si fuera cautivo
de una mano pasional;
solloza más lánguidamente
y con dulzura, implora tristemente
una caricia, un beso,
como si después, anhelara ahogar el exceso
desgarrador de un mal…

VI
Y es otra vez la melodía,
que arrastrándose con su sutil encanto,
se pierde en la trémula tarde,
como un alma en agonía
que silenciosa, se duerme bajo el manto
extenso de la Muerte.

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