Temblaba, abandonada
en un rincón callado,
y sobre su cabello difuso como una onda
la lámpara jugaba.

Hoy fui a verla y la encontré divina;
tenía en su desnudez
el oro y la nieve amalgamados
en elegante satén.

Todo su cuerpo era un vaso de mármol,
en él, como una flor,
descansaba su cabeza de diosa
en sacra adoración.

Eran sus manos lirios hiperbóreos
algo como el cristal,
desmayados sobre sus senos amplios
en una cruz ritual.

De pronto eclipsose la blanca luna
en fúnebre crespón,
entonces la vi diluirse en la nada
como una extraña visión…

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