Ah tus ojos, ojos grandes y sagrados,
que penetran como lanzas en mi pecho,
como lluvia de violetas temblorosas,
como fluido de hebras dulces de esmeralda.
Ah tus ojos, ramas verdes y profundas
donde duermen los ofidios del deseo.
¿Son dos pozos o dos lagos que insinúan al suicidio?
¿Son espadas o son hoces en el pórtico del alba?
¿Son las sendas que conducen a la gloria y al pecado?
Ah tus ojos, ojos grandes que caminan en mi sangre
como arañas que se prenden en mis nervios delirantes.
Dulces globos, dulces astros en el árbol de la sombra,
bajo el arco de tus cejas y las rosas de tus párpados,
en el piélago de nardos de tu rostro alucinado,
en el reino de tu cuerpo –simetría de la nieve-
en los campos de oro blanco de tus hombros de azucena.
Ah tus ojos inefables, dulces antros de locura,
viejos templos donde rindo culto al ángel de la espada,
mar que atrae carabelas al naufragio,
fuente llena de venenos relucientes,
viento negro con estrellas destrozadas,
residencia del misterio y de la angustia.
Ah tus ojos, ventanas de los ángeles
que contemplan la dulzura del crepúsculo.