Si quieres decir Madre,
úngete bien la boca
con el divino olor
del nardo y de la rosa

-¡Silencio!… No mancilles
su pureza de nieve,
su lumbre sideral,
su claridad celeste.

Estás como ante el pórtico
de la Revelación.
La madre es el misterio.
Tras de ella se halla Dios.

Prostérnate de hinojos
y piensa en lo que es justo.
¿Quién perpetúa, quien,
la vida de este mundo?

El vientre es el principio
de la esencia vital.
No fue hecho por los sabios.
¡Nadie lo hará jamás!

De Dios es nuestra vida.
Y la madre es la urna
divina en que palpita
el Ser que nos faculta.

Con que, depón tu orgullo,
tu altivez, tu insolencia.
Tú no eres el autor
de esta creación suprema.

No vuelvas de las madres
el nombre a blasfemar;
que eso es como escupir
de Dios ante el altar.

¿Por qué injuriar en vano
al ser que te dio todo?
De todas las riquezas,
es el mayor tesoro.

Tesoro es el sencillo
lenguaje de su amor.
Más luces que en el cielo
hay en su corazón.

Sus ojos te vigilan
en todos los caminos;
y su alma, en todas partes,
está siempre contigo.

Si el pan falta en tu mesa
para aliviar tus hambres,
ella es capaz de darte
hasta su propia carne.

Que si te estás muriendo,
que sin remedio expiras;
para que vivas ella
te da su propia vida.

Pues, entonces, bendícela;
nunca le des la espalda;
que el hombre, por más grande,
al lado de ella es nada.

Para exaltar su nombre,
toda palabra es mínima.
¿Qué puede contra el cielo
tu pequeñez de hormiga?

Bendícela, bendícela
y adórala con fuerza.
Ella, después de Dios
es la obra más excelsa.

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