No, Santa Rosa,
no hay entre nuestras flores una flor
beatífica y lumbrosa
llena de gracia y llena de esplendor.

¿Naciste acaso,
oh Rosa, de la empírea aristocracia?
¿Fuiste tal vez el vaso
para la propia esencia de la gracia?

Rosa, la más perfecta,
con pétalos de luz y denso aroma.
De Cristo predilecta,
hecha mujer en alma de paloma.

Del arpa de David
la nota más profunda y la más bella.
Almíbar en la vid.
Y de la noche la más alta estrella.

Rosa inmortal, flor rara,
vida que se encendió en la piel divina
del mármol de Carrara.
Rosa inmortal, sin mácula ni espina.

Rosa que en el pincel
del gran Rafael se presintió como una
luz de ópalo y de miel
para el jardín de rosas de la luna.

En éxtasis sumida
oías la palabra más remota;
y eras, así, transida,
como una alondra con el ala rota.

En éxtasis, suspenso
tu corazón, alzabas, solitaria,
cual humo gris de incienso,
la dulcísima flor de tu plegaria.

Orabas, y más finas
lucían en tu huerto las corolas.
Te herían las espinas
dando placer a Dios y tu alma a solas.

Frescas rosas de grana
de pronto florecían en tu frente.
Te hallaba la mañana
dormida entre las flores, dulcemente.

Al pie de la ermita
todo era gozo, soledad y calma.
La música infinita
de Dios atravesaba toda tu alma.

Era un sutil concierto
de voces inefables en tu huerto.
Por el jardín corría,
con alas de azafrán la poesía.

Y Lima que era todo
pecado (perla sumergida en lodo)
se depuraba con
la luz excelsa de tu corazón.

Flor del amor profundo,
hechizo aroma de virtud, luz mística
que cuelga sobre el mundo
como una eterna lámpara eucarística.

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