I
Estaban estos pueblos neolatinos
uncidos a la férula de España.
Brutal, de los tiranos y asesinos,
pendía, encima de ellos, la guadaña…

Los héroes inmolaron sus destinos
gritando libertad; y con más saña,
clavándoles las garras y caninos,
vaciáronles los ojos y la entraña…

De pronto, estremeciendo el suelo entero,
surgió de los abismos un gigante:
Era Bolívar … Era un dios de acero…

Desenvainó la espada fulgurante
y, arremetiendo contra el león ibero,
patria nos dios con sol reverberante.

II
Su espada no era espada, era centella;
su impulso era de vértigo y tormenta;
fue su alma un huracán y fue con ella
que derribó el imperio de la afrenta.

Brotaban, como flores, tras su huella,
repúblicas furiosas y violentas.
Como en Belén, su nombre era una estrella
que seguían las turbas irredentas…

Rodaban los cadalsos a su paso,
los tronos y los solios de los reyes
cual rueda un sol de sangre en el ocaso.

Fueron hacia él las liberadas greyes
y, cual Moisés, del alto Chimborazo,
con fuego les dictó las Nuevas Leyes…

III
¡Bolívar, si no hubieras tú nacido,
continuaría América en el barro;
tendría el corazón envilecido
bajo el sangriento puño de Pizarro!

Quiso este continente escarnecido
que alguien … que un dios salvárale del carro
de España y que acallárale el gemido
brotando de sus carnes en desgarro…

Tú, sin cejar, sin tregua ni sosiego,
fin diste a la crueldad del insolente
conquistador, como Hércules el griego.

Tu espada rayo fue de sol ardiente,
tu espíritu el motor, tu sangre el fuego…
Y es templo de tu gloria … un continente…

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