Leoncio Prado,
cinco rifleros
están buscando
romper tu cuerpo.

Cinco que tienen
ojos de hierro.
Parecen torvos
halcones negros.

El sol aguarda.
Se hace el silencio.
De pronto invaden
sombras el cielo,

Tras de los muros,
aúlla el viento,
La muerte viene
por el desierto.

Viene la muerte
como un siniestro
jinete haciendo
temblar el suelo.

Tu corazón,
como un lucero
recién nacido,
brillaba adentro.

Libre tu sangre
corrió gimiendo.
Tus matadores
quedaron ciegos.

Eran la nada,
tú eras el tiempo;
ellos lo efímero
y tú lo eterno.

¡Vientos, decid
que el héroe ha muerto;
que yace aquí
como un trofeo!

¡Nubes, abrid
los albos lienzos
y haced sudario
sobre sus restos!

¡Flores, traed
vuestros ungüentos;
y su cadáver
untad con ellos!

Leoncio Prado,
cinco rifleros…
Y arriba el sol
se está muriendo.

Cinco asesinos
de duro aspecto.
Sombras que en sombras
hunden tu cuerpo.

Frío en las calles
de todo el pueblo.
Están de ronda
miedo y silencio.

Leoncio Prado,
¿Por qué te han muerto?
¡Por qué la noche
cayó en tu cuerpo?

¡Leoncio Prado:
luz en el verbo,
sol en la muerte,
gloria en lo eterno!

¡Abrid, legiones,
abrid, ejércitos
arcos triunfales
de tierra a cielo!

Era el señor
de los guerreros;
dios parecía
del Panteón griego.

La muerte estaba
frente a su lecho.
Cinco fusiles abrieron fuego.

Tus matadores
palidecieron…
Tus asesinos
quedaron ciegos.

No. No te han muerto,
que ellos te vieron
subir entre ángeles
hacia el misterio.

Vieron la nieve
y el sol bermejo
cual pabellón
cubrir tu cuerpo.

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