Desde el alto bastión de la historia,
yo contemplo a los héroes pasar.
Ahí va Túpac Amaru adelante,
Pumacahua y Angulo detrás.
Son tres águilas graves y egregias
los que van a luchar contra el mal.
Hay un lampo de gloria en sus frentes
y en su puño el laurel de la paz.

A caballo aparece en el fondo
la figura del gran San Martín;
el dragón español a sus plantas
se retuerce vencido por fin.
Tres naciones hermanas le aclaman
y es más grande que el César y el Cid;
por romper la cadena servil.

Lord Cochrane a la proa de un barco
con el mar proceloso a sus pies;
el perfil de Jasón en el rostro
que lo torna en heraldo del bien.
Monteagudo, en la toga del justo
que defiende el derecho y la ley,
la sentencia de fuego en el labio
y en el pecho la luz de la fe.

Y entre abismos y llanos y montes
donde moran el mal y el terror,
aparece Bolívar en medio
de un estruendo infernal como un dios
y hunde tronos al golpe del hierro
y, doquiera se escuche su voz,
se alzan pueblos rompiendo sus yugos;
y de nuevo en las sombras hay sol.

En el ágora, igual que un torrente,
se derrama una voz patriarcal;
aquel verbo es de Luna Pizarro
que, estallando como un huracán,
barre grillos, cadenas y cepos;
y junto a él, como leones, están
el de Sánchez Carrión y el de Olmedo,
Berindoaga y Mariano Melgar.

Son los próceres magnos e ilustres
que entre versos pindáricos van.
A su paso resuenan los bronces
orquestando una marcha triunfal.
Las montañas empinan la testa
con unción para verlos pasar;
y alfombrar el sendero se aprestan
la camelia, la rosa, el azahar.

Atraviesan las rutas del tiempo,
luminosos, como hijos del sol.
Son la raza inmortal de los Andes.
Son el verbo, el deber y el honor.
En su frente se cuaja la idea
y en su pecho hay hervor de pasión.
Pasan … Pasan… La aclaman los pueblos
del Perú con unísona voz.

Salve a aquellos egregios penates
que supieron triunfar y morir.
Al regar con su sangre los campos,
al oprobio español dieron fin.
Salve a quienes rompieron el yugo
que afligía la indiana servil.
Salve a aquellos colosos de América
que ahora moran allá en el cenit.

Permanezca intangible el recuerdo
que sus hechos gloriosos nos dan.
Gracias a ellos existe el tesoro
de la patria, el hogar y la paz…
Ya no afligen cadenas los miembros
ni quebranta nuestra alma el pesar;
pues, alzaron por siempre el gran templo
de concordia, de fe y libertad…

Que sus nombres, como astros eternos,
iluminen la senda y nos den
estoicismo, tesón y coraje
al sufrir en la lid un revés.
Levantemos cual ellos la frente
prestos siempre a luchar y vencer.
Y dejemos, como ellos dejaron,
una huella de luz al caer.

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